lunes, 25 de octubre de 2010

¿Recibirán su justa paga? Parte II

“Sus pecados se han amontonado hasta llegar al cielo, y Dios ha recordado sus actos de injusticia”
—Rev. 18:5—

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Ya que tenemos claro qué era la Inquisición y por qué llegó a existir. Analicemos ahora qué era lo que hacía. Como vimos en la entrada del 18 de octubre, su propósito era acabar con la “herejía”, y, aunque en un principio no se usó tan extensamente la crueldad, pronto se incorporó la tortura y la ejecución para intimidar a los “herejes”. Tomás de Torquemada fue el primer gran inquisidor en España.

En 1478 la realeza española autorizó al Papa Sixto IV establecer la Inquisición para mantener “pura” a la Iglesia. The Catholic Encyclopedia reconoce que durante esta época se cometieron “injustificadas crueldades”, pero que, a pesar de eso no cumplió su propósito.

En 1483 el Papa nombró a Tomás de Torquemada como Gran Inquisidor de Castilla. Se le conoce por su “inhumana crueldad” y se dice que durante su época 8,800 personas fueron quemadas y 9,654 fueron castigados de diferentes formas (Histoire de l'Inquisition, IV, 252). Sin embargo, se cree que estas cifras son altamente exageradas y que solo unos 2,000 judíos fueron asesinados durante la época de Torquemada. Este ha sido llamado “el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden” (Chronicon magistrorum generalium Ordinis Prædicatorum, fol. 80-81). ¿Realmente fue “la luz de España”? Algo sumamente irónico es que el mismo Torquemada era de ascendencia judía.

En el año 1557 la Inquisición prohibió oficialmente el uso de la Biblia en las lenguas vernáculas de España y quemó grandes cantidades de Biblias. Aunque este delito en contra de las Santas Escrituras es sobresaliente, las atrocidades cometidas por este tribunal que servía de fiscal y juez a la vez son muy famosas.

Cuando se sospechaba que alguien era hereje se le podía acusar. Las personas acusadas raras veces tenían un abogado, pues cualquier persona que la defendiera se encaraba a la acusación de ayudar a un hereje. Por lo tanto, los acusados se enfrentaban solos a la Inquisición. Se les amenazaba de muerte en un madero o se les recluía en celdas oscuras y húmedas con poco alimento. También se usaban torturas. Tras el juicio, la sentencia se pronunciaba el día domingo en la iglesia o la plaza pública. Las condenas más suaves podrían implicar el llevar una cruz amarilla cosida en la ropa que hacía prácticamente imposible encontrar empleo. También se aplicaba la flagelación pública o se les entregaba a las autoridades para que muriera en la hoguera.

Cuando una persona recibía un castigo severo se vendían todos sus bienes y se repartían entre la Iglesia y el estado. Las casas de los “herejes” eran demolidas. Incluso se juzgaba a “herejes” ya muertos, se exhumaban sus cuerpos y se confiscaban sus propiedades, dejando a sus familiares en situaciones económicas deplorables.

El Papa Inocencio IV ya había aprobado el uso de torturas en el año 1252. Luego los Papas Alejandro IV y Urbano IV permitieron que los inquisidores eclesiásticos estuvieran presentes mientras se administraba la tortura. Se les permitía torturar al acusado solo una vez, aunque los inquisidores buscaban excusas para torturar más veces al “hereje” diciendo que estas eran continuaciones de la primera tortura.

Durante la tortura se usaban crueles y diabólicas armas. Una de ellas era una silla con filosas puntas, en la que se obligaba al acusado a sentarse desnudo. También se usaba algo llamado “garra de gato” que servía para rasgar en tiras la carne.

Después de torturar a los acusados a fin de obtener una “confesión” se le juzgaba. Cuando se declaraba culpable a alguien de herejía la ceremonia pública de ejecución se llevaba a cabo en la plaza pública, a la cual se dirigía a los condenados en una procesión. Esta ceremonia es llamada Auto de Fe. Después de un Sermón y la lectura de las condenas se ejecutaba a los acusados, por lo general, quemándolos en la hoguera. Sin embargo, había algunas excepciones. Si el acusado rechazaba sus doctrinas “heréticas” no era excomulgado ni ejecutado, aunque se aplicaban algunas penas, como la cadena perpetua. Si el acusado no rechazaba sus doctrinas heréticas pero se confesaba con un sacerdote antes de morir podía ser entregado a las autoridades civiles para que fueran estranguladas, ahorcadas o decapitadas y después su cuerpo era quemado. Pero los que insistían en sus creencias eran quemados vivos en la hoguera.

La inquisición finalmente desapareció, y en durante el tiempo en que estuvo inactiva el mundo cambió y la Iglesia Católica Romana fue perdiendo el poder que tenía sobre las masas. Actualmente la llamada Santa Inquisición transmite un sentimiento de injusticia, indignación y temor para las personas informadas. Como ya hemos mencionado, The Catholic Encyclopedia declara que “la inquisición española no merece ni la alabanza ni la condena extrema según las fuentes oficiales”.

El domingo 12 de marzo de 2000 el Papa Juan Pablo II, en un acto litúrgico celebrado en la Basílica de San Pedro pidió perdón por los pecados cometidos por la Iglesia y mencionó la Inquisición.

Han pasado unos siglos desde que la Inquisición desapareció y actualmente la Iglesia Católica no tendría el poder suficiente para establecer con éxito otra institución similar si deseara hacerlo. Aún así, los efectos de la Inquisición se sienten. A medida que pasa el tiempo no se olvidará. Pronto la Iglesia Católica pagará con creces sus acciones. En la siguiente entrada analizaremos con más detalle este asunto.

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