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martes, 10 de mayo de 2011

ENTENDIENDO A LA ORGANIZACIÓN DE JEHOVÁ, PARTE 1 — COMITÉS JUDICIALES

“Con justicia debes juzgar a tu asociado.”
(Levítico 19:15)

Comité Judicial… su sola mención puede traer a la mente una extraña imagen de juicio, vergüenza y castigo. El hecho de tener una reunión a puerta cerrada con tres o cinco ancianos para tratar un pecado personal no parece ser una idea atractiva. Algunas personas se resisten a pensar en que estas reuniones sean realmente útiles. Otros, pensando lo de la misma forma, alegan que no hay base bíblica para la formación de tales comités. Note con cuidado el título de este tema: “Entendiendo a la organización de Jehová”. Ese es el objetivo de esta, y otras publicaciones que habrá las semanas que vienen, el de entender la organización de los testigos de Jehová a la luz de la Biblia. Esto implica examinar cuidadosamente si hay o no base bíblica para ciertas acciones, o para la existencia de ciertos cuerpos o comités. La primera parte se centrará en esto, en los comités judiciales. ¿Hay base bíblica para que existan?

Como siempre, antes de analizar el asunto en el contexto cristiano, lo analizaremos a la luz de las Escrituras Hebreas. Recordemos que en el antiguo Israel los “ancianos” del pueblo formaban un cuerpo de superintendentes, y que algunos de ellos actuaban como jueces y oficiales que administraban justicia al pueblo (Deu. 16:18-20; 19:12). Estos ancianos y jueces se encargaban de pecados serios como el asesinato, y aún de pecados en los que no se sabía quién era el culpable (Deu. 21.2-7). Lo interesante de todo esto, es que en esa época Jehová solía comunicarse directamente con Moisés. Aún así, Jehová se valió de humanos imperfectos para tratar estos asuntos en la nación de Israel para mantenerla pura.

Al morir Jesucristo el pacto de la ley fue abolido, como muy bien sabemos. Sin embargo, en las congregaciones siguieron supervisando los “hombres de mayor edad” o “ancianos”. Esta referencia no se aplicaba solamente a las personas que literalmente eran mayores que otras, sino que se refería al grado de madurez espiritual. La pregunta apropiada sería, ¿tendrían estos hombres derecho de juzgar asuntos de la congregación, lo que implica pecados personales? La respuesta la obtenemos de las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los corintios.

Primero veamos si ellos tenían potestad para corregir problemas entre los miembros de la congregación. Con referencia a asuntos personales, es evidente que a los corintios no les importaba llevar a los tribunales a sus hermanos. Por esa razón el apóstol escribió: “¿Se atreve cualquiera de ustedes que tenga un pleito contra el otro a ir al tribunal ante hombres injustos, y no ante los santos?” (1 Corintios 6:1). Pero, ¿para qué se llevaría el asunto a “los santos”? Los siguientes dos versículos dicen: “¿O no saben ustedes que los santos juzgarán al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por ustedes, ¿son ustedes incapaces de juzgar asuntos de ínfima importancia? ¿No saben que juzgaremos a ángeles? Entonces, ¿por qué no los asuntos de esta vida?” De esto respondemos a la pregunta, ¿tenían los ancianos potestad de juzgar asuntos de la congregación? La respuesta es un rotundo sí. La pregunta que más nos concierne ahora es, ¿tenían los ancianos de la congregación potestad para juzgar pecados ajenos?

El capítulo 5 nos da una respuesta muy clara. Todos conocemos muy bien el relato del hombre que vivía con la esposa de su padre. Pero fijémonos en la expresión que usó continuamente el apóstol Pablo al hablar de este caso: “Yo, por mi parte, aunque ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ciertamente he juzgado ya, como si estuviera presente, al hombre que ha obrado de dicha manera” (1 Corintios 5:3). Tras decir que debía entregar al malhechor a Satanás el apóstol habló de que es imposible cortar todo trato con los “fornicadores de este mundo”, pues tendríamos que salirnos del mundo para hacerlo, y eso es imposible. Así que debían cesar de mezclarse en la compañía de cualquier pecador impenitente que se hiciera llamar hermano. Hablando sobre esto el apóstol dice: “¿qué tengo yo que ver con juzgar a los de afuera? ¿No juzgan ustedes a los de adentro, mientras Dios juzga a los de afuera? ‘Remuevan al [hombre] inicuo de entre ustedes’” (v. 12, 13). Note cómo el apóstol vuelve a usar la expresión “juzgar” con relación al hombre pecador, pero ahora señala que la congregación juzgaba a los de adentro. Esto responde a la pregunta ¿tiene la congregación, en especial los ancianos, la potestad de juzgar pecados ajenos? La evidencia bíblica dice que sí. Y este es un arreglo existente desde el siglo I.

En el antiguo Israel los juicios eran públicos. ¿Debían hacerse juicios públicos bajo el arreglo cristiano? La Biblia no responde a esta pregunta. Hemos de tomar en cuenta que en el antiguo Israel los pecados crasos como el adulterio, la homosexualidad, bestialismo y apostasía se pagaba con la pena capital, y todo el pueblo participaba en matar al pecador. Bajo el arreglo cristiano esto cambió drásticamente. Si hay arrepentimiento, con la sangre de Cristo se limpia de cualquier pecado cometido (1 Cor. 6:9-11). Habiendo cambiado esto, pregúntese: “Si la idea de ser juzgado por los ancianos de la congregación no es muy atractiva, ¿lo sería más si los juicios fueran delante de toda la congregación, estando presentes familiares, amigos, conocidos y nuevos?” ¿Realmente sería amoroso si los pecados se expusieran públicamente?

Habiéndose analizado eso, ¿es cierto que no hay base bíblica para la existencia de comités judiciales? Los tiempos cambian, y también las necesidades del pueblo de Dios y el sistema que se usa para corregir defectos. No sabemos con exactitud cómo juzgaban los pecados crasos los ancianos del siglo primero, pero de algo estamos seguros: Jehová les designó la responsabilidad de juzgar en representación suya. Por eso, al igual que los jueces del antiguo Israel, los ancianos de hoy deben juzgar con justicia a sus hermanos (Lev. 19:15) sabiendo que si no lo hacen tendrán que pagar delante de Jehová Dios.

¿Verdad que es un privilegio estar en una organización que basa cada acción en el conocimiento bíblico disponible? Mantengámonos leales a esta organización y disfrutaremos siempre de la bendición de Jehová.

lunes, 25 de enero de 2010

VIVIR CRISTIANO: ¡EVITEMOS LOS PENSAMIENTOS APRESURADOS!

“Transfórmense rehaciendo su mente”
— Romanos 12:2 —

Desde que la humanidad cayó en la imperfección ‘la inclinación de los pensamientos de nosotros es mala todo el tiempo’ (Génesis 6:5). Lamentablemente, muchas veces nuestra mente va más allá de la realidad y busca defectos en nuestros hermanos, situación por la que no deberíamos culpar por completo a la imperfección, pues esos pensamientos sí los podemos combatir. A continuación veremos algunos casos en los que deberíamos evitar que nuestra mente se apresure a pensar mal.

Primero imagine la siguiente situación: Usted va en su automóvil cuando ve a la hermana Silvia con el hermano César saliendo de un restaurante solos y los ve entrar luego en la casa de la hermana Silvia; ambos hermanos son casados y usted sabe positivamente que el esposo de Silvia no se encuentra en casa ¿Qué es lo primero que pensaría? ¿Adulterio? Quizás, pero pregúntese antes: ¿Son las cosas tal y como estoy pensando? Una situación comparable se presentó en los días de Josué, el sucesor de Moisés, cuando la media tribu de Manasés, la tribu de Gad y la de Rubén tomaron posesión de sus tierras al otro lado del Jordán, en Galaad. El relato bíblico nos dice que al llegar a las “regiones del Jordán […] edificaron allí un altar junto al Jordán, un altar sumamente [sobresaliente]” (Josué 22:10). Al ver esto, el resto de la nación de Israel que estaban al otro lado del Jordán pensaron que esto era un acto de apostasía —aunque después resultó no serlo— así que se dispusieron atacar militarmente a la media tribu de Manasés, Gad y Rubén (Josué 22:11, 12, 29). ¿Qué extraemos de este relato? A no ser apresurados al ver cosas que nos parezcan que son actos de infidelidad a Jehová. Es posible que la hermana Silvia tuviera una emergencia y el hermano César estuviera dispuesto a ayudarla. ¿Acaso habrá tenido un accidente el esposo de Silvia? ¿Y qué tal si el esposo de Silvia estuviera en el hospital por una emergencia, Silvia no hubiera tenido tiempo siquiera de comer y por eso la vieron salir de un restaurante con César? ¿Y si fueron a la casa de Silvia a traer algo de ropa para el esposo de ella? Antes de juzgar como pecadores a los hermanos en situaciones delicadas debemos analizar nuestro corazón y preguntarnos ¿es mi mente tan sucia como para pensar mal de mis hermanos aún cuando no hay pruebas contundentes en su contra? ¿Hay verdaderos motivos para sospechar de los hermanos? ¿Y qué tal si nos apresuramos a “pasar el chisme” a nuestros amigos o familia? El principio expuesto en Proverbios 29:20 nos ayuda cuando dice: “¿Has contemplado a un hombre que es apresurado con sus palabras? Hay más esperanza para alguien estúpido que para él.” Sí, nunca debemos apresurarnos a pensar mal de los hermanos ni a juzgarlos ante situaciones complicadas cuando el caso es que no sabemos todos los detalles. Ahora bien, ¿confiamos en exceso de los hermanos? ¿Qué hay sin en alguna ocasión vemos situaciones sospechosas y tenemos bases sólidas para creer que se está cometiendo un pecado grave? Tampoco deberíamos a apresurarnos a concluir que no está sucediendo nada malo, cuando hay bases para creer que sí, ni deberíamos a apresurarnos a defender a algún hermano o hermana cuando es acusado por alguien —quizás que no sea testigo—; simplemente limitémonos a no juzgar ni declarar inocente o culpable a alguien, pues esa labor es algo que no se nos ha asignado. ¿Qué debemos hacer, entonces, si sabemos de una situación sospechosa de algún hermano?
Quizás pensemos que antes de hablar con los ancianos es mejor preguntarle al hermano para estar seguros, pero reflexionemos (tomando como marco de circunstancias el caso expuesto en el párrafo anterior) ¿Me concierne saber si César y Silvia tienen una relación ilícita? Cuando reflexionamos en las palabras de 1 Tesalonicenses 4:11 (La Palabra de Dios para Todos) seguramente nos daremos cuenta de que en realidad no nos interesa saber si son ciertas o no nuestras sospechas, pues el apóstol Pablo escribió: “Hagan todo lo posible por vivir en paz. Cada uno preocúpese por lo suyo” (Lea también 1 Pedro 4:15). Entonces, ¿qué haremos? De nuevo el ejemplo de los Israelitas nos ayuda.

El relato nos muestra de que ellos, antes de atacar, enviaron una delegación para hablar con Gad, Rubén y la media tribu de Manasés, ¿a quienes enviaron? A Finehás “y con él a diez principales, un principal de cada casa paterna de todas las tribus de Israel, y cada uno era cabeza de la casa de sus padres de los millares de Israel” (Josué 22:13, 14). En la actualidad nosotros tenemos como “principales” a los ancianos de las congregaciones, de hecho, en el libro profético de Ezequiel se representa a los miembros de las “otras ovejas” que sirven como ancianos de congregación como “el Principal” (Ezequiel capítulos 44 a 48). Esto nos muestra qué tenemos qué hacer: Comentar con un anciano capacitado y maduro lo que vimos o nos dijeron. Nunca deberíamos añadir o cambiar palabras para que la situación aparente ser más grave o más ligera de lo que realmente es. Limitémonos a informar lo que sabemos. Esto, por supuesto, no es chisme, por eso, antes de hablar con los ancianos preguntémonos “¿Con qué intención lo hago? ¿Es el celo piadoso el motivo, o es por ‘chismear’?” Los ancianos deberán saber qué hacer en tales casos, así que oremos a Jehová y confiemos en que él usará a los ancianos para descubrir la verdad y mantener limpia la congregación. Nunca debemos minimizar la seriedad de los asuntos, pues si hay un pecado grave envuelto se verá afectada toda la congregación. Esto se evidencia en las palabras de la delegación enviada por la nación de Israel a Gad, Rubén y la media tribu de Manasés, cuando dicen que el pecado que cometieron en Peor (cuando algunos israelitas adoraron al Baal y cometieron inmoralidad sexual con las madianitas y moabitas, véase Números capítulo 25) no ha sido limpiado por completo; y cuando recuerdan el pecado de Acán y señalan que este afectó a toda la nación. También señalaron que si ellos estaban cometiendo un acto de apostasía, la cólera de Jehová vendría sobre toda la nación de Israel (Josué 22:16-20). Esto resalta la importancia de no ocultar los pecados ajenos. Por amor a Jehová y a la congregación entera debemos informar cualquier pecado grave que se esté cometiendo. Ahora bien ¿qué hay si nosotros somos quienes estamos en el caso del hermano César?

Si se nos acusara de cometer un pecado grave y somos inocentes, ¿cómo deberíamos reaccionar? El ejemplo de Gad, Rubén y la media tribu de Manasés nos ayudará. Al leer Josué 22:21-34 nos damos cuenta que estas personas inocentes no demostraron enojo contra la delegación ni contra el resto de la nación de Israel ¿Por qué? Seguro entendieron que los motivos por los cuales los Israelitas reaccionaron de tal forma eran, hasta cierto grado, justificables. Los israelitas ya habían sufrido azotes por parte de Jehová cuando se cometieron pecados graves, y seguro que no querían volver a sufrirlos. Ellos también sabían que Finehás, debido a su celo, mató a Simrí y Cozbí —en el caso de Peor—, así que seguro entendieron que lo que llevó a tal reacción fueron motivos piadosos, aunque un tanto apresurados. Pensando en eso, si un anciano se acercara a nosotros a preguntarnos respecto a algún caso, que quizás sea grave, y nosotros estamos implicados, ¿tendríamos motivos razonables para enojarnos contra ese anciano? ¿Acaso tenían motivos los Gaditas, los Rubenitas y la media tribu de Manasés para enojarse contra Finehás y los principales? No, porque ellos simplemente estaban cumpliendo su labor. En nuestro caso, en vez de enojarnos contra el anciano deberíamos agradecer que se tomó el tiempo de hablar con nosotros antes de dictar juicio contra nosotros; él simplemente está cumpliendo con sus obligaciones. Tampoco deberíamos apresurarnos a tildar como chismoso al hermano que nos acusó —si acaso sabemos quién fue—, pues lo más probable es que su celo, su amor por Jehová y su amor por la congregación (y quizás su amor por nosotros mismos) lo haya movido a llevar a los ancianos ese informe.

Por supuesto, aplicar los tres principios que aprendimos del capítulo 22 de Josué no será nada fácil. Nuestra imperfección humana nos llevará vez tras vez a pensar mal de otras personas, a levantar falsas acusaciones o a tildar de chismosos a los hermanos, pero siempre pensemos “¿Son realmente las cosas como creo que son?” Tengamos presentes las palabras de Romanos 12:2 que dice: “Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas; más bien, transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios”. El hecho de que diga que tenemos que ‘rehacer nuestra mente’ nos indica que tendremos que luchar contra nuestros propios pensamientos pecaminosos y contra la influencia sucia de este sistema de cosas. Sin embargo, si nos esforzamos por adoptar la mente de Jehová respecto a los asuntos de congregación y las relaciones personales, podemos estar seguros de que tendremos la bendición y aprobación de nuestro justo y amoroso creador.

lunes, 28 de diciembre de 2009

VIVIR CRISTIANO: “¿QUÉ HAGO SI SÉ QUE UN HERMANO COMETIÓ UN PECADO GRAVE?”

“Ahora bien, en caso de que peque un alma por cuanto ha oído maldecir en público y es testigo, o lo ha visto o ha llegado a saber de ello, si no lo informa, entonces tiene que responder por su error”
Levítico 5:1 —

De alguna forma Carlos supo que Mario se había emborrachado, pero no solo una vez, sino tres. Mario era amigo íntimo de Carlos, de modo que Carlos se encuentra ante un dilema: ¿debería acusar a su amigo? ¿Qué debería hacer? ¿Hablar con Mario? ¿Ir directamente con los ancianos? ¿O será mejor si guarda silencio? La Biblia da sabios consejos.

Primero que nada, ¿debería Carlos guardar silencio? El principio bíblico de Levítico 5:1 nos ayuda a comprender la situación. Allí dice: “Ahora bien, en caso de que peque un alma por cuanto ha oído maldecir en público y es testigo, o lo ha visto o ha llegado a saber de ello, si no lo informa, entonces tiene que responder por su error”. ¿Qué significan esas palabras? ¿A qué se refiere cuando habla de “maldecir en público”? Veamos.

Cuando un israelita era víctima de una injusticia, la persona culpable debería pagar por ese error. Pero, ¿qué pasaba cuando la víctima no sabía quién había sido quien había cometido el pecado? Se ponía en la puerta de la ciudad a proferir maldiciones en contra de esa persona. Al escuchar las maldiciones las personas sabían que se estaba buscando al culpable del pecado, así que si alguien sabía quién era el autor de la injusticia y no lo informaba debía responder por su error.

Así que el pecado mencionado en Levítico 5:1 no es proferir maldiciones. Profería maldiciones la persona inocente, y los testigos del pecado debían presentarse a acusar al pecador delante de los jueces.

Este relato nos ayuda a responder a la pregunta ¿Debería Carlos guardar silencio? Claramente el principio bíblico responde: ¡No! Ahora bien ¿con quién debería hablar Carlos? Todo dependerá de la situación.

La Biblia insta a no encubrir pecados ajenos, pues al encubrirlos nos hacemos partícipes de ellos, así que también estaremos pecando contra Jehová (1 Timoteo 5:22). Sin embargo, saber con quién debería hablarse dependerá en buena medida de las circunstancias.

En algunos casos será necesario el discernimiento para saber a qué persona dirigirse. En algunos casos quizás sea sabio hablar con la persona que cometió el pecado grave. Esto también sería amoroso por nuestra parte, pues le brinda la oportunidad al pecador de disfrutar la misericordia mostrada al que no encubre su pecado (Proverbios 28:13).

Aún así es posible que haya casos en los que sea necesario ir directamente con los ancianos de congregación para informar el pecado grave. ¿Cuándo? Esto dependerá de muchos factores. Por ejemplo ¿Cuántas personas más saben el asunto? ¿El pecador sabe que usted está enterado? ¿Se percibe arrepentimiento sincero? ¿Acudirá él a los ancianos o está tratando de encubrir por todos los medios su error? En todos los casos lo mejor es pedir la guía de Jehová mediante la oración y la lectura de publicaciones que el “Esclavo Fiel y Discreto” ha suministrado a fin de tomar la decisión más sabia y amorosa (Filipenses 2:3, 4).

No debemos olvidar que el silencio no es una opción. Debemos ver cómo influye en nosotros el principio expuesto en Levítico 5:1. Cada pecado grave que se comete ofende a Jehová, así que los pecados son en contra de él. Así que Jehová prefigura al israelita inocente que exigía que se presentara testigos ante los jueces. En la actualidad es Jehová quien está, por decirlo así, profiriendo maldiciones, exigiendo que se presenten testigos para que el pecado encubierto salga a la luz y se haga justicia. Los jueces en la actualidad son los ancianos de la congregación.

Nuestro sentido de la justicia nos debería decir que no debemos encubrir un pecado grave. Pero esto no es solo un asunto de justicia y disciplina. Recordemos que nuestro hermano que ha pecado está en una situación de grave enfermedad espiritual, enfermedad que puede costarle la vida misma. ¿Querría usted hacerse culpable de derramamiento de sangre al encubrir un pecado? (Compárese con Ezequiel 3:18 y 33:14).

Al denunciar un pecado lo hacemos, no por causar daño a nuestro hermano, sino por que lo amamos y amamos la congregación, de modo que queremos mantenerla pura. Cuando un pecado está encubierto en la congregación el espíritu santo de Jehová ‘se contrista’ (Efesios 4:30). Por poner un ejemplo, en una congregación durante un tiempo se veía poco progreso, así que fue necesario remover ancianos de esa congregación. Algunos de ellos hasta fueron expulsados de la congregación, ¿cuál fue el resultado de que salieran a luz pecados graves? Que tras esa limpieza la congregación empezó a crecer, y actualmente se distingue por ser muy amorosa. Los que fueron expulsados humildemente se arrepintieron y actualmente sirven fielmente a Jehová y disfrutan de la influencia positiva del espíritu santo.

Las medidas disciplinarias de la congregación podrían parecer extremas en algunos casos, pero siempre se persigue el mismo objetivo: que el pecador recupere su relación con Jehová. Así que si alguna vez nos enteramos de que alguien, quizás un amigo íntimo, ha cometido un pecado grave no deberíamos dudar qué hacer. Si el amor que tenemos hacia nuestro hermano es sincero, querremos ayudarlo, y no lo ayudaremos guardando silencio. A su vez, si el amor que él tiene por Jehová es ‘sin hipocresía’ y su arrepentimiento es sincero las probabilidades de que sea expulsado de la congregación son mínimas. Las penalidades y bochornos que el hermano podría pasar al ser disciplinado serán superados con creces al producir los resultados. Así que, por amor a Jehová y a nuestros hermanos nunca callaremos un pecado grave. (Romanos 12:9; Hebreos 12:11).