lunes, 25 de enero de 2010

VIVIR CRISTIANO: ¡EVITEMOS LOS PENSAMIENTOS APRESURADOS!

“Transfórmense rehaciendo su mente”
— Romanos 12:2 —

Desde que la humanidad cayó en la imperfección ‘la inclinación de los pensamientos de nosotros es mala todo el tiempo’ (Génesis 6:5). Lamentablemente, muchas veces nuestra mente va más allá de la realidad y busca defectos en nuestros hermanos, situación por la que no deberíamos culpar por completo a la imperfección, pues esos pensamientos sí los podemos combatir. A continuación veremos algunos casos en los que deberíamos evitar que nuestra mente se apresure a pensar mal.

Primero imagine la siguiente situación: Usted va en su automóvil cuando ve a la hermana Silvia con el hermano César saliendo de un restaurante solos y los ve entrar luego en la casa de la hermana Silvia; ambos hermanos son casados y usted sabe positivamente que el esposo de Silvia no se encuentra en casa ¿Qué es lo primero que pensaría? ¿Adulterio? Quizás, pero pregúntese antes: ¿Son las cosas tal y como estoy pensando? Una situación comparable se presentó en los días de Josué, el sucesor de Moisés, cuando la media tribu de Manasés, la tribu de Gad y la de Rubén tomaron posesión de sus tierras al otro lado del Jordán, en Galaad. El relato bíblico nos dice que al llegar a las “regiones del Jordán […] edificaron allí un altar junto al Jordán, un altar sumamente [sobresaliente]” (Josué 22:10). Al ver esto, el resto de la nación de Israel que estaban al otro lado del Jordán pensaron que esto era un acto de apostasía —aunque después resultó no serlo— así que se dispusieron atacar militarmente a la media tribu de Manasés, Gad y Rubén (Josué 22:11, 12, 29). ¿Qué extraemos de este relato? A no ser apresurados al ver cosas que nos parezcan que son actos de infidelidad a Jehová. Es posible que la hermana Silvia tuviera una emergencia y el hermano César estuviera dispuesto a ayudarla. ¿Acaso habrá tenido un accidente el esposo de Silvia? ¿Y qué tal si el esposo de Silvia estuviera en el hospital por una emergencia, Silvia no hubiera tenido tiempo siquiera de comer y por eso la vieron salir de un restaurante con César? ¿Y si fueron a la casa de Silvia a traer algo de ropa para el esposo de ella? Antes de juzgar como pecadores a los hermanos en situaciones delicadas debemos analizar nuestro corazón y preguntarnos ¿es mi mente tan sucia como para pensar mal de mis hermanos aún cuando no hay pruebas contundentes en su contra? ¿Hay verdaderos motivos para sospechar de los hermanos? ¿Y qué tal si nos apresuramos a “pasar el chisme” a nuestros amigos o familia? El principio expuesto en Proverbios 29:20 nos ayuda cuando dice: “¿Has contemplado a un hombre que es apresurado con sus palabras? Hay más esperanza para alguien estúpido que para él.” Sí, nunca debemos apresurarnos a pensar mal de los hermanos ni a juzgarlos ante situaciones complicadas cuando el caso es que no sabemos todos los detalles. Ahora bien, ¿confiamos en exceso de los hermanos? ¿Qué hay sin en alguna ocasión vemos situaciones sospechosas y tenemos bases sólidas para creer que se está cometiendo un pecado grave? Tampoco deberíamos a apresurarnos a concluir que no está sucediendo nada malo, cuando hay bases para creer que sí, ni deberíamos a apresurarnos a defender a algún hermano o hermana cuando es acusado por alguien —quizás que no sea testigo—; simplemente limitémonos a no juzgar ni declarar inocente o culpable a alguien, pues esa labor es algo que no se nos ha asignado. ¿Qué debemos hacer, entonces, si sabemos de una situación sospechosa de algún hermano?
Quizás pensemos que antes de hablar con los ancianos es mejor preguntarle al hermano para estar seguros, pero reflexionemos (tomando como marco de circunstancias el caso expuesto en el párrafo anterior) ¿Me concierne saber si César y Silvia tienen una relación ilícita? Cuando reflexionamos en las palabras de 1 Tesalonicenses 4:11 (La Palabra de Dios para Todos) seguramente nos daremos cuenta de que en realidad no nos interesa saber si son ciertas o no nuestras sospechas, pues el apóstol Pablo escribió: “Hagan todo lo posible por vivir en paz. Cada uno preocúpese por lo suyo” (Lea también 1 Pedro 4:15). Entonces, ¿qué haremos? De nuevo el ejemplo de los Israelitas nos ayuda.

El relato nos muestra de que ellos, antes de atacar, enviaron una delegación para hablar con Gad, Rubén y la media tribu de Manasés, ¿a quienes enviaron? A Finehás “y con él a diez principales, un principal de cada casa paterna de todas las tribus de Israel, y cada uno era cabeza de la casa de sus padres de los millares de Israel” (Josué 22:13, 14). En la actualidad nosotros tenemos como “principales” a los ancianos de las congregaciones, de hecho, en el libro profético de Ezequiel se representa a los miembros de las “otras ovejas” que sirven como ancianos de congregación como “el Principal” (Ezequiel capítulos 44 a 48). Esto nos muestra qué tenemos qué hacer: Comentar con un anciano capacitado y maduro lo que vimos o nos dijeron. Nunca deberíamos añadir o cambiar palabras para que la situación aparente ser más grave o más ligera de lo que realmente es. Limitémonos a informar lo que sabemos. Esto, por supuesto, no es chisme, por eso, antes de hablar con los ancianos preguntémonos “¿Con qué intención lo hago? ¿Es el celo piadoso el motivo, o es por ‘chismear’?” Los ancianos deberán saber qué hacer en tales casos, así que oremos a Jehová y confiemos en que él usará a los ancianos para descubrir la verdad y mantener limpia la congregación. Nunca debemos minimizar la seriedad de los asuntos, pues si hay un pecado grave envuelto se verá afectada toda la congregación. Esto se evidencia en las palabras de la delegación enviada por la nación de Israel a Gad, Rubén y la media tribu de Manasés, cuando dicen que el pecado que cometieron en Peor (cuando algunos israelitas adoraron al Baal y cometieron inmoralidad sexual con las madianitas y moabitas, véase Números capítulo 25) no ha sido limpiado por completo; y cuando recuerdan el pecado de Acán y señalan que este afectó a toda la nación. También señalaron que si ellos estaban cometiendo un acto de apostasía, la cólera de Jehová vendría sobre toda la nación de Israel (Josué 22:16-20). Esto resalta la importancia de no ocultar los pecados ajenos. Por amor a Jehová y a la congregación entera debemos informar cualquier pecado grave que se esté cometiendo. Ahora bien ¿qué hay si nosotros somos quienes estamos en el caso del hermano César?

Si se nos acusara de cometer un pecado grave y somos inocentes, ¿cómo deberíamos reaccionar? El ejemplo de Gad, Rubén y la media tribu de Manasés nos ayudará. Al leer Josué 22:21-34 nos damos cuenta que estas personas inocentes no demostraron enojo contra la delegación ni contra el resto de la nación de Israel ¿Por qué? Seguro entendieron que los motivos por los cuales los Israelitas reaccionaron de tal forma eran, hasta cierto grado, justificables. Los israelitas ya habían sufrido azotes por parte de Jehová cuando se cometieron pecados graves, y seguro que no querían volver a sufrirlos. Ellos también sabían que Finehás, debido a su celo, mató a Simrí y Cozbí —en el caso de Peor—, así que seguro entendieron que lo que llevó a tal reacción fueron motivos piadosos, aunque un tanto apresurados. Pensando en eso, si un anciano se acercara a nosotros a preguntarnos respecto a algún caso, que quizás sea grave, y nosotros estamos implicados, ¿tendríamos motivos razonables para enojarnos contra ese anciano? ¿Acaso tenían motivos los Gaditas, los Rubenitas y la media tribu de Manasés para enojarse contra Finehás y los principales? No, porque ellos simplemente estaban cumpliendo su labor. En nuestro caso, en vez de enojarnos contra el anciano deberíamos agradecer que se tomó el tiempo de hablar con nosotros antes de dictar juicio contra nosotros; él simplemente está cumpliendo con sus obligaciones. Tampoco deberíamos apresurarnos a tildar como chismoso al hermano que nos acusó —si acaso sabemos quién fue—, pues lo más probable es que su celo, su amor por Jehová y su amor por la congregación (y quizás su amor por nosotros mismos) lo haya movido a llevar a los ancianos ese informe.

Por supuesto, aplicar los tres principios que aprendimos del capítulo 22 de Josué no será nada fácil. Nuestra imperfección humana nos llevará vez tras vez a pensar mal de otras personas, a levantar falsas acusaciones o a tildar de chismosos a los hermanos, pero siempre pensemos “¿Son realmente las cosas como creo que son?” Tengamos presentes las palabras de Romanos 12:2 que dice: “Y cesen de amoldarse a este sistema de cosas; más bien, transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios”. El hecho de que diga que tenemos que ‘rehacer nuestra mente’ nos indica que tendremos que luchar contra nuestros propios pensamientos pecaminosos y contra la influencia sucia de este sistema de cosas. Sin embargo, si nos esforzamos por adoptar la mente de Jehová respecto a los asuntos de congregación y las relaciones personales, podemos estar seguros de que tendremos la bendición y aprobación de nuestro justo y amoroso creador.

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