“Sean obedientes a los que llevan la delantera entre ustedes”
— Hebreos 13:17 —
Habían pasado solo dos meses con quince días desde que los israelitas habían atravesado el mar rojo de forma milagrosa cuando empezaron a murmurar contra Jehová. Medite en esto y pregúntese, “¿Habría murmurado yo en contra de Jehová después de haber desplegado tan gran poder?” Seguro su respuesta será un rotundo No.
Aunque no hemos visto milagros tan físicos y grandiosos como las diez plagas de Egipto y la división del mar rojo sí hemos sido testigos de milagros tales como la unidad de mente y el amor que se muestra en toda nuestra hermandad mundial compuesta por millones de personas de diferentes antecedentes, razas, pueblos, naciones, idiomas y condiciones sociales ¿Acaso es poco eso en este mundo dominado por el odio, la desigualdad y la intolerancia? Pues bien, ¿murmuraría usted contra Jehová? Seguro que no, pero todos estamos expuestos a una forma de murmuración menos obvia pero igual de peligrosa: la murmuración contra la autoridad de la congregación.
Pero, ¿es tan grave la murmuración? Sí, y las Escrituras Griegas Cristianas lo muestran. El discípulo Judas nos habla de personas que hablan contra el “señorío” y “los gloriosos”; ambas designaciones se refieren a los hombres que Jehová ha nombrado sobre el rebaño y que tienen cierto grado de autoridad sobre la congregación. Judas contrasta la actitud de estos murmuradores y la de Jesús (Miguel el Arcángel) quien “tuvo una diferencia con el Diablo y disputaba acerca del cuerpo de Moisés, [pero] no se atrevió a llevar un juicio contra él en términos injuriosos, sino que dijo: ‘Que Jehová te reprenda’” (Judas 8, 9). Si Miguel, siendo el hijo de Dios, el “jefe de ángeles” y el defensor de la soberanía de Jehová no se atrevió a hablar en términos injuriosos contra Satanás, siendo este el principal enemigo de la gobernación divina ¿Quiénes somos nosotros para murmurar en contra “los gloriosos”, hombres imperfectos que se esfuerzan por hacer la voluntad de Jehová y que han recibido puestos de responsabilidad en la congregación? Simplemente no somos nadie para tomarnos ese derecho.
De las personas que se toman esas libertades el discípulo Judas dice: “Sin embargo, estos [hombres] están hablando injuriosamente de todas las cosas que realmente no conocen; pero [en cuanto a] todas las cosas que sí entienden naturalmente como los animales irracionales, en estas cosas siguen corrompiéndose” (Judas 10). ¿Cómo podríamos caer en ese error? Pongamos como ejemplo algo común: Los comités judiciales. ¿Qué pasa cuando un familiar o amigo nuestro es censurado públicamente o es expulsado de la congregación por algo que nosotros no consideramos tan grave? ¿Murmuramos contra los ancianos del comité y decimos que fue injusto? O si sucede todo lo contrario, es decir, que se censura a alguien públicamente por algo que consideramos muy grave, ¿nos preguntamos asombrados y con un poco de cinismo “¿y solo una censura?”? Sea como sea, no tenemos el derecho de hablar de eso, ¿por qué? Porque en la reunión con el comité judicial se tratan cosas con el implicado que realmente no conocemos, ni conocemos la actitud del corazón del implicado y tampoco sabemos si el pecado que conocemos es el único que cometió o hubo otros asuntos que arregló con el comité judicial. Si habláramos de asuntos judiciales contradiciendo las decisiones de los ancianos, entonces nos asemejaríamos a “animales irracionales”, tal como la palabra de Dios indica. El discípulo Judas continúa diciendo: “¡Ay de ellos, porque han ido en la senda de Caín, y por la paga se han precipitado en el curso erróneo de Balaam, y han perecido en el habla rebelde de Coré!”, también dice: “Estos hombres son murmuradores, quejumbrosos respecto a su suerte en la vida, que proceden según sus propios deseos, y su boca habla cosas hinchadas, a la vez que están admirando personalidades en el interés de [su propio] provecho” (Judas 11, 16).
Seguramente, no nos gustaría que otras personas se refirieran a nosotros en esos términos. Entonces, ¡no nos hagamos como esa clase de gente que murmura contra la autoridad de la congregación!
El apóstol Pedro también habló de eso al decir: “Osados, voluntariosos, estos no tiemblan ante los gloriosos, sino que hablan injuriosamente, mientras que los ángeles, aunque son mayores en fuerza y poder, no presentan contra ellos acusación en términos injuriosos, [lo cual no hacen] por respeto a Jehová. Pero estos [hombres], como animales irracionales nacidos naturalmente para ser atrapados y destruidos, hasta sufrirán —en las cosas que ignoran y de las cuales hablan injuriosamente— destrucción en su propio [derrotero de] destrucción, haciéndose mal a sí mismos como paga por hacer el mal. […] Son manchas y tachas, que se entregan con desenfrenado deleite a sus enseñanzas engañosas […,] no pueden desistir del pecado, y cautivan almas inconstantes. […] Son hijos malditos” (2 Pedro 2:10-14). ¡Qué palabras tan fuertes!
Jehová, en su gran amor, nos advierte de esa clase de personas —como los apóstatas— y nos anima a no imitar su “derrotero de destrucción”, así que determinémonos a no rebajarnos a ese nivel, sino a tener siempre la aprobación de Jehová siguiendo con lealtad las instrucciones y dirección que nos da mediante los hombres que ha nombrado.
En vez de fijarnos detenidamente en los defectos de estos hombres, veamos sus cualidades y de qué forma cumplen su papel como “dádivas en hombres” (Efesios 4:8). Es cierto que habrá veces en que nos costará seguir sus instrucciones, pero es entonces cuando entra la sumisión en juego, y el apóstol Pablo nos exhorta: “Sean obedientes a los que llevan la delantera entre ustedes, y sean sumisos, porque ellos están velando por las almas de ustedes como los que han de rendir cuenta; para que ellos lo hagan con gozo y no con suspiros, por cuanto esto les sería gravemente dañoso a ustedes” (Hebreos 13:17). Si usted ve mal las acciones de algún anciano de su congregación, también concordará en que se deben a su imperfección, y que sea como sea se está esforzando por servir al rebaño y que tiene hermosas cualidades, cualidades que Jehová vio y por las cuales está sirviendo como “pastor” del “rebaño de Dios”.
Y si realmente pensamos que algo anda mal en el cuerpo de ancianos de nuestra congregación, evitemos la murmuración y dejemos las cosas en las manos de Jehová, quien promete remover a los “pastores falsos” (Ezequiel capítulo 34). Hacerlo así nos traerá el favor de Jehová y demostrará que somos leales a él y su gobernación. Mientras que los rebeldes serán destruidos —al igual que Coré y Satanás—, los leales a Jehová y su organización podrán disfrutar por toda la eternidad en paz, siendo guiados por el “pastor excelente” a la perfección, la eternidad y la felicidad.
Exelente artículo, bien! ... Lo lei y de verdad que podemos facilmente caer en la critica cuando no nos es debibo hacerlo.
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