miércoles, 24 de julio de 2013

La apostasía y sus frutos

“Ellos salieron de entre nosotros, pero no eran de nuestra clase; porque si hubieran sido de nuestra clase, habrían permanecido con nosotros. Pero [salieron], para que se mostrara a las claras que no todos son de nuestra clase” – 1 Juan 2:19

Las advertencias sobre la apostasía son repetidas, pero, ¿por qué tanto peligro? ¿Acaso nuestra fe no es lo suficientemente grande como para soportar cualquier duda? El asunto no es cuán grande es nuestra fe, sino a dónde puede llevarnos, y es por eso que debemos preocuparnos por este tema. ¿Quiénes son los apóstatas? ¿Por qué deberíamos cuidarnos para no caer en la trampa de la apostasía?

Recordemos brevemente qué es apostasía. El término griego del que se toma esa palabra significa simplemente “disensión; rebelión religiosa.” De modo que el término es apropiadamente aplicable a todo aquel que se rebela contra su religión. Por ejemplo, si alguien dejó el catolicismo y ahora se vuelve contra la Iglesia, está apostatando contra la que fue su religión. Cuando nosotros hablamos de “apóstatas”, hablamos obviamente de personas que han abandonado la congregación cristiana de los testigos de Jehová, y es de esas personas que hablaremos en este post. En realidad, no de ellos como personas, sino de los frutos que ha producido la acción de apostatar en sí misma.

Hemos de estar al tanto, también, que no todos los que abandonan la congregación cristiana llenan el cuadro de “apóstata”. Al respecto, una nota de La Atalaya del 15 de julio de 2011 dice: “Los apóstatas son las personas que desertan de la religión verdadera, abandonándola con rebeldía y renegando de ella.” Hay personas que han abandonado la congregación por diversos motivos, y quizás se encuentre débiles espiritualmente, pero esto no las hace “apóstatas”, pues no están mostrando rebeldía. Incluso hay quienes se apartan silenciosamente de la congregación, y no promueven ideas contrarias a las Escrituras. Estas personas tampoco entran en el calificativo de “apóstatas.” ¿Quiénes, entonces, son realmente apóstatas?

Podríamos resumirlo citando al apóstol Juan, quien dijo: “Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en casa ni le digan un saludo.” (2 Juan 10). Cuando una persona se aparta de las enseñanzas de Cristo y promueve dichas enseñanzas contrarias a las Escrituras, ésta es un apóstata.

¿Qué frutos ha producido la apostasía? Muchos que han abandonado la congregación sienten libertad; libertad que no tenían en la congregación cristiana. Por ejemplo, algunos de ellos ahora sienten libertad de usar sangre o celebrar fiestas con trasfondo pagano, como los cumpleaños y la navidad. La Biblia, sin embargo, es clara en asuntos como estos cuando dice sin rodeos: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de […] sangre.” (Hechos 15:28, 29). También se insta: “¿Y qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? […] ‘Por lo tanto, sálganse de entre ellos, y sepárense —dice Jehová—, y dejen de tocar la cosa inmunda’” (2 Corintios 6:16, 17).

Muchos otros incluso dejan de creer en la Biblia como Palabra Inspirada de Dios. Esto es aún mucho más grave. Pero la mayoría dicen seguir creyendo en la Biblia; sin embargo, muchos han fallado en asuntos muy fundamentales.

Jesús ordenó: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones” (Mateo 28:19). Sin embargo, estas personas se niegan a seguir el mandato de “vayan”, y dejan de buscar a las personas para predicar, y si acaso hablan de las Escrituras con alguien, esperan que las personas los busquen. El mandato de Cristo ir y predicar es, evidentemente, algo que cada cristiano debe hacer (Compare con Hechos 8: 1, 4 y Juan 4:14). De modo que, ¿los ha llevado a ser mejores cristianos? ¿Cumplen el mandato de acoger las enseñanzas de Cristo, y ellos mismos ser una fuente de la verdad bíblica que imparte conocimiento a otros? ¿Imitan a los cristianos del siglo primero que, a pesar de la persecución, iban predicando a cualquier lugar a donde iban? Los hechos hablan por sí mismos.

Muchos otros que han abandonado la congregación han expresado tajantemente que han dejado de creer que realmente vivimos en los últimos días. Sabemos que a lo largo de los años hemos tenido ideas equivocadas sobre el asunto del fin del sistema de cosas y las fechas. Hemos llegado a comprender que esto se ha debido a que no acatamos el consejo de Cristo dado a los apóstoles (cuando ellos mismos tenían expectativas equivocadas sobre cuándo se restauraría el Reino): “No les pertenece a ustedes adquirir el conocimiento de los tiempos o sazones que el Padre ha colocado en su propia jurisdicción” (Hechos 1:7). Al igual que algunos discípulos de tiempos bíblicos, hemos aprendido a costa de bochornos lo importante que es dejarse guiar por Cristo y no por nuestras propias ideas; pero parece que hemos aprendido la lección y seguimos estando alerta.

Desde el siglo I, los discípulos cristianos han estado alerta de la presencia de Cristo y los eventos que conducirían al fin del sistema de cosas. El mismo último capítulo de la Biblia pone énfasis en esta promesa de Cristo: “El que da testimonio de estas cosas dice: ‘Sí; vengo pronto’. ‘¡Amén! Ven, Señor Jesús.’” (Revelación 22:20) La venida de Cristo es un evento de suma importancia para los cristianos, y estamos obligados a obedecer las palabras de Cristo: “Por lo tanto, manténganse alerta, porque no saben cuándo viene el amo de la casa, si tarde en el día o a medianoche o al canto del gallo o muy de mañana; para que, cuando él llegue de súbito, no los halle durmiendo. Pero lo que les digo a ustedes, a todos lo digo: Manténganse alerta” (Marcos 13:35-37). En realidad, más que preocuparnos por cuándo viene el fin, tenemos la obligación de estar alerta pase lo que pase. No importa si el fin viene mañana, la próxima semana, en diez años o en cincuenta años; lo que cuenta es obedecer el mandato de Cristo: “Manténganse alerta.” Sin embargo, ¿se mantienen alerta los apóstatas en general? Por el contrario, la mayoría de ellos encaja, más bien, con la descripción que dio el apóstol Pedro de las personas que vivirían durante los últimos días, al decir: “Porque ustedes saben esto primero, que en los últimos días vendrán burlones con su burla, procediendo según sus propios deseos y diciendo: ‘¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron [en la muerte], todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación’” (2 Pedro 3:3, 4). Entonces, preguntamos de nuevo, ¿los ha hecho mejores cristianos el dejar la congregación? ¿Qué muestran los hechos?

Cuando Jesús contrastó la actitud del esclavo fiel y discreto, quien se mantendría alerta hasta su venida, también dijo que podría suceder que un esclavo de Cristo dejara de estar alerta, pues dijo: “Mas si alguna vez aquel esclavo malo dijera en su corazón: ‘Mi amo se tarda’, y comenzara a golpear a sus coesclavos, y comiera y bebiera con los borrachos inveterados, vendrá el amo de aquel esclavo en un día que no espera y a una hora que no sabe, y lo castigará con la mayor severidad y le asignará su parte con los hipócritas. Allí es donde será [su] llanto y el crujir de [sus] dientes’” (Mateo 24:48-51). ¿No encaja a la perfección esa descripción con la actitud que tienen muchos que han abandonado la congregación? En vez de procurar ayudar, propagan por todas partes puntos negativos de la congregación, pero, ¿por qué no mejor dedican ese tiempo y energía en ayudar a otras personas a conocer a Jehová y Jesucristo? ¿Por qué se dedican tanto a atacar a los que en algún tiempo fueron sus hermanos? Muchos de ellos no solo golpean a sus coesclavos (sus ex hermanos), sino que, tal como dijo Cristo, dejan de estar alerta, pues dicen “mi amo tarda”, y lo que es peor, hay algunos que rechazan la verdad bíblica para llevar vidas disolutas.

Ciertamente, no todos los que se han alejado de la congregación encajan con las descripciones anteriores, pero, ¿le gustaría a usted llegar a ese estado de espiritualidad? ¿No le parece que es mejor seguir las enseñanzas que Cristo nos dio a través de los apóstoles, según se revelan en la Biblia? ¿No cree que es mejor que, sin importar cuándo venga el fin, sigamos alerta, obedeciendo el mandato de Jesús de llevar vidas limpias, de mantenernos alerta y de ir y predicar el Reino por todo el mundo?

Los frutos que la apostasía da son evidentes. Por el contrario, nosotros somos fieles a Jehová y a Cristo, obedeciendo sus mandatos; siempre buscando su guía bajo la constante meditación, la oración y el estudio personal. ¡Jamás permitamos que se nos desvíe de un modo de vivir que agrada a Jehová!

martes, 26 de febrero de 2013

Un excelente ejemplo de humildad. Lecciones de la lectura semanal de la Biblia

“Pero la mujer, atemorizada y temblando, sabiendo lo que le había pasado, vino y cayó delante de él y le dijo toda la verdad.” – Marcos 5:32

¡Cuán difícil es decir “lo siento”! Puesto que todos hemos heredado la imperfección de nuestros primeros padres, actitudes como el orgullo y la arrogancia fácilmente pueden enredarnos, y para muchísimas personas es difícil reconocer que se han equivocado y pedir una disculpa.

En la lectura de esta semana encontramos un excelente ejemplo de honestidad y humildad. Analizaremos el relato de los versículos 25 a 34 del capítulo 5 de Marcos, y veremos qué lecciones extraemos de estos versículos.

¿DEJADEZ?
Hay veces en las que es fácil confundir la humildad con la dejadez. Jesús es nuestro máximo ejemplo de humildad, pues él dijo de sí mismo: “Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Y aunque, cuando era el momento apropiado, aceptó con humildad la voluntad de su Padre celestial, no siempre tuvo una actitud de indiferencia hacia lo que sucedía a su alrededor.

Según Marcos 5:25-29 había una mujer que padecía flujo de sangre, que había gastado todos sus recursos en médicos, pero no había logrado mejorar. Esta mujer tenía plena fe en que, si tan solo tocaba la prenda de vestir de Jesús sería sanada, y así lo hizo y fue curada de su enfermedad.

La reacción de Jesús nos enseña algo de su carácter como persona. Dicen los vv. 30-32: “Inmediatamente, también, Jesús reconoció en sí mismo que de él había salido poder, y, volviéndose entre la muchedumbre, se puso a decir: “¿Quién tocó mis prendas de vestir exteriores?”. Mas sus discípulos empezaron a decirle: “Ves la muchedumbre que te aprieta, y ¿dices tú: ‘¿Quién me tocó?’?”. Sin embargo, él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto.” Jesús no quiso pasar desapercibida la acción de esta mujer y preguntó quién lo había hecho. En ocasiones anteriores Jesús había podido leer los corazones de las personas, así que lógicamente, él pudo haber sabido milagrosamente quién lo había tocado (Marcos 2:8; compare con Lucas 22:63-65). No podemos saber con exactitud por qué Jesús no decidió simplemente omitir lo sucedido; tal vez sólo quería que la persona demostrara públicamente su fe. Independientemente de cuáles hayan sido los motivos, Jesús preguntó quién lo había hecho. Los discípulos le dieron una respuesta, más no fue satisfactoria, pues el relato dice que “él miraba alrededor para ver a la que había hecho esto.” ¿Qué nos enseña esto?

Hay veces en las que se dan situaciones, en la familia o la congregación, en que de una u otra forma estamos implicados. ¿Está mal querer averiguar qué está sucediendo? No siempre es así. Jesús preguntó qué había sucedido, aunque él sabía qué había pasado. Igualmente nosotros, hay veces en las que podemos preguntar qué está sucediendo, y esto no debería tomarse a mal, siempre y cuando sea un asunto que de verdad nos afecta. Si no obtenemos una respuesta satisfactoria, ¿es necesariamente malo que indaguemos más en el asunto? Si consideramos que es prudente y necesario hacerlo, Jesús nos demuestra con su ejemplo que no siempre está mal indagar en detalles. Así que ser humildes no siempre es decir “sí” a todo lo que sucede, pues hay veces en las que sí podemos y debemos ahondar en situaciones para saber la verdad. Claro está, debemos tener cuidado de no andar andorreando, chismeando y entrometiéndonos en asuntos que no nos atañen (1 Timoteo 5:13).

HUMILDAD
Podemos extraer otra lección de este corto relato. El discípulo Marcos continúa su relato diciendo: “la mujer, atemorizada y temblando, sabiendo lo que le había pasado, vino y cayó delante de él y le dijo toda la verdad” (v. 33). Centrémonos en la frase “le dijo toda la verdad”, y veamos por qué era difícil para esta mujer hacer esto.

La ley había dicho sobre mujeres como ella: “’En cuanto a una mujer, en caso de que el flujo de su sangre estuviera manando muchos días cuando no fuera el tiempo regular de su impureza menstrual, o en caso de que tuviera flujo que durara más tiempo que su impureza menstrual, todos los días de su flujo inmundo resultarán ser como los días de su impureza menstrual. Ella es inmunda” (Levítico15:25). Dado que esta mujer era ceremonialmente inmunda, ella no debía tocar a otras personas. De hecho, Levítico 15:19 decía sobre la menstruación: “’Y en caso de que una mujer esté teniendo flujo, y su flujo en su carne resulte ser sangre, debe continuar siete días en su impureza menstrual, y cualquiera que la toque será inmundo hasta el atardecer.” ¡Cuánto más esta mujer cuyo flujo de sangre no cesaba! Ahora, si usted es mujer, póngase en el lugar de ella y pregúntese cuán difícil le sería contar su enfermedad. Según el evangelista, Jesús reconoció que esta era una “penosa enfermedad” (v. 34), así que solo el hecho de contarlo seguramente fue muy difícil.

Pero no solo eso. Esta mujer estaba violando claramente la ley. Peor aún, la estaba violando en una época en donde los fariseos habían distorsionado el sentido de la ley y aplicaban de forma dura y exagerada los mandamientos divinos. ¡Imagínese tener que reconocer que había violado la ley delante de todo el pueblo! Pero eso fue lo que hizo ella (Lucas 8:47). Imagínese qué pensaría el pueblo de ella, sus vecinos y conocidos. Quienes la habían tocado ya se habían hecho “inmundos”, y ella estaba consciente de esto. Sin embargo, se tragó su orgullo y la vergüenza y confesó su acción. Estaba muy asustada, pues Marcos dice que se acercó a Jesús “atemorizada y temblando”. A esto debemos añadirle la vergüenza de contar su problema. ¿Qué nos enseña esto?

No siempre es fácil reconocer que nos hemos equivocado, pero, ¿qué hay si de acciones o palabras hemos ofendido a alguien? ¿Sería apropiado que decidiéramos insistir en que tenemos la razón? ¿O qué tal si tratáramos de culpar a otros por lo que ha sucedido a fin de no pasar vergüenza? ¿Qué hay si nuestra reputación o hasta un nombramiento en la congregación estuviera en juego? Esta mujer, cuyo nombre desconocemos, nos da un excelente ejemplo de honestidad y humildad. Nos enseña con su conducta y palabras que, cuando hemos hecho algo, debemos ser lo suficientemente valientes para asumir nuestras responsabilidades, reconocer que hemos errado y pedir perdón, aunque esto acarree temor, vergüenza o hasta habladurías en contra nuestra por parte de otras personas.

COMPASIÓN
Jesús estaba consciente de lo penosa que había sido la enfermedad de esta mujer. Jesús pudo ser legalista y regañarla por haber desobedecido la ley y arriesgado a otras personas a hacerse inmundas, pero no lo hizo. Más bien le dijo: “Hija, tu fe te ha devuelto la salud. Ve en paz, y queda sana de tu penosa enfermedad” (v. 34). Imagínese lo tranquilizadoras que fueron esas palabras tras el bochorno que seguramente ella pasó. No solo había sido sanada milagrosamente, sino que el mismo hijo de Dios decidió pasar por alto el hecho de que ella había desobedecido la ley que su Padre le había dado a Moisés, y que esta ley aún estaba vigente en ese momento.

Tratemos de unir las piezas de lo dicho en los párrafos anteriores en una situación hipotética: Alguien ha hablado mal de usted o le ha ofendido de otra forma. Usted quiere saber qué sucedió, quién lo hizo y por qué lo hizo. Aunque lo mejor es simplemente pasar por alto el mal y usted está consciente de ello, no puede dejar de pensar en la situación, así que recuerda que Jesús en este relato decidió indagar en lo sucedido, y no dejó la situación sin hacer nada, de modo que toma a pecho las palabras de Jesús cuando dijo: “si tu hermano comete un pecado, ve y pon al descubierto su falta entre tú y él a solas” (Mateo 18:15). Claro está, que usted quiere saber los detalles de la situación, porque usted está implicado. Sería improcedente que actuara de esa forma si el pecado no ha sido contra usted, o es un asunto en lo que realmente no debe meterse.

Ahora bien, imagine que va con su hermano que ha pecado contra usted. Tomemos en cuenta que para casi cualquier persona es difícil reconocer sus errores y pedir disculpas, pero el hermano que lo ha ofendido, con pena, reconoce que sí se ha equivocado y le pide disculpas por lo sucedido. ¿Cuál debería ser la actitud del ofendido? ¿Aprovechará para echarle en cara la situación, hacer sentir mal al ofensor y tal vez, hasta humillarlo por lo que hizo? No es eso lo que Jesús hizo con la mujer. Él pudo haberla reprendido por haber violado la ley mosaica, pero pasó por alto esa acción y vio lo bueno en la mujer: su fe en él. Lo mismo debemos hacer nosotros si alguien que nos ha ofendido nos pide disculpas: no debemos ser duros ni legalistas, sino “humildes de corazón” al igual que Cristo, reconocer que nosotros también hemos ofendido a otros, y ver lo bueno en la persona que se disculpa: su humildad y honestidad.

Por otro lado nos enseña que siempre se espera que si nos hemos equivocado, reconozcamos nuestros errores, y sin importar qué esté en juego, asumamos nuestra responsabilidad, reconozcamos nuestra falla y pidamos disculpas. ¿Verdad que podemos extraer valiosas lecciones de tan pocos versículos?

viernes, 8 de febrero de 2013

La confesión… ¿a quién?

“Por fin te confesé mi pecado, y no encubrí mi error.” — Salmo 32:5

¿Hay algo más penoso que admitir que uno se ha equivocado? Para muchas personas es difícil admitir sus errores, y el bochorno puede aumentar si se tienen que admitir delante de otras personas que realizarán un juicio.

En el pasado tratamos el tema de la confesión, en el post: “¿Es necesario confesar los pecados a los ancianos?”. Desde que se publicó esa entrada se han recibido decenas de comentarios y correos privados preguntando sobre ese tema específico. Quizás parte de la confusión se debió a la afirmación “es necesario llamar a los ancianos para obtener perdón de Jehová.” Debido a todos esos comentarios se analizó con mayor detenimiento la información proveniente de la Organización y los textos bíblicos aplicables, tratando de ver dicha información de forma imparcial y sin dogmatismos. Le animamos a leer con detenimiento la sección Preguntas de los lectores de La Atalaya del 1 de junio de 2001 en donde se analiza con detenimiento esta cuestión.

Durante la semana del 14 de enero del presente año analizamos en congregación el artículo “¿Qué significa para usted el perdón de Jehová?” (De La Atalaya del 15 de noviembre de 2012). En el párrafo 10 se daban los pasos necesarios para obtener el perdón de pecados: Tener un espíritu perdonador, confesar nuestros pecados delante de Jehová y cambiar de actitud hacia el pecado. ¿Por qué no se mencionó allí la confesión a los ancianos como algo esencial para obtener perdón de pecados? La respuesta la hallamos en el párrafo 17 en donde se nos anima a que, si hemos pecado gravemente, debemos buscar la ayuda amorosa de los ancianos. ¿Qué significa esto? Tal como La Atalaya del 1 de junio de 2001 explica, la confesión a los ancianos es parte de un programa de ayuda espiritual que Jehová ha puesto. De hecho, al analizar con detenimiento toda la información concerniente al tema de la confesión provista por la Organización nos daremos cuenta que esta se pone siempre en un plano de ayuda para la recuperación del pecador, más no como una forma de obtener el perdón de nuestros pecados, ¿por qué? Veamos qué nos enseña la Biblia.

Es necesario que reconozcamos que la ley mosaica nos ayuda a ver el punto de vista divino sobre los pecados, sin embargo, ya no rige nuestra vida. Por lo tanto, nos concentraremos en lo que las Escrituras Griegas Cristianas tienen que decirnos sobre el sistema judicial.

¿Tenía autoridad la congregación para juzgar casos de pecados? La respuesta es sí. Cuando se trató un pecado de fornicación crasa en la congregación de Corinto el apóstol Pablo preguntó: “¿No juzgan ustedes a los de adentro, mientras Dios juzga a los de afuera?” (1 Corintios 5:12, 13) De modo que, como en el caso del hombre mencionado en 1 Corintios 5, cuando hay una influencia que corrompe a la congregación cristiana, la congregación tiene derecho de juzgar y expulsar a la mala influencia, a fin de preservar la espiritualidad de los hermanos.

¿Qué pasa, entonces, cuando una persona ha cometido un pecado pero se ha arrepentido de corazón? ¿Debe acudir a los ancianos buscando obtener el perdón de los pecados? La respuesta es no. A menudo citamos Santiago 5:14 como apoyo a nuestra idea de que debemos llamar a los ancianos cuando hemos cometido pecados graves. Hallamos un detalle interesante en el libro Comentario de la carta de Santiago, que al comentar este versículo dice que la frase “¿Hay alguno enfermo entre ustedes?” se refiere a “la debilidad o enfermedad espiritual, sea del tipo que sea y de cualquier causa.” La mayoría de veces que utilizamos este versículo lo usamos con conexión directa a cometer pecados graves y confesión, como si el discípulo Santiago se hubiera referido a ese problema en específico, pero un análisis detallado y contextual nos revela que el discípulo en realidad hace referencia a cualquier cosa que puede causarnos enfermedad espiritual. Obviamente, cuando alguien comete un pecado grave es porque ha estado enfermo espiritualmente, pues si hubiera estado sano no hubiera pecado. El punto que se desea resaltar es este: cuando en Santiago 5:14 se habla de llamar a los ancianos, en realidad no se está diciendo que el recibir perdón de nuestros pecados depende de que les confesemos nuestros pecados o no a otros hombres.

En realidad, el Salmo 32:5 deja claro que los pecados deben confesarse a Jehová si queremos recibir perdón.

Jehová, en su gran misericordia y justicia envió a su hijo Jesucristo para que diera su vida por nosotros, pagara un rescate, y así pudieran pagarse nuestros pecados. Tal como dice el apóstol Juan: “él es un sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, pero no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” (1 Juan 2:2) De modo que si obtenemos perdón de pecados es únicamente porque Jesucristo murió por nosotros, y él intercede a favor nuestro delante de su Padre (1 Juan 2:1; 1 Timoteo 2:5). Decir que el perdón de nuestros pecados depende de que confesemos nuestro error a otros humanos es, en realidad, restarle valor a nuestra propia relación personal con Jehová y al sacrificio de su hijo Jesucristo, como si este no fuese suficiente para pagar nuestros pecados.

Tal como decía La Atalaya del 15 de noviembre de 2012, para obtener perdón de pecados es importante confesar nuestros errores a Jehová, arrepentirnos y volvernos de nuestro mal proceder. De eso depende si seremos perdonados o no. Claro está, que la confesión a los ancianos bien puede ser una demostración evidente de nuestro arrepentimiento, pues revelará que no somos descarados ni que llevamos una doble vida. O también pudiera ser que nos sentimos tan mal que nos es imposible siquiera orar a Dios para pedirle su perdón. De modo que con lo anterior no estamos restándole importancia a la ayuda que los ancianos pueden ofrecer.

Solo que debemos aprender a no ser dogmáticos en cuanto a asuntos que las Escrituras no delinean con claridad, y en este caso, apegarnos a lo que ellas sí dicen: Que el perdón es algo que Jehová puede conceder al pecador arrepentido, basándose en el sacrificio de Cristo, y que los ancianos pueden dar ayuda para recuperar fortaleza espiritual. No es que los ancianos tengan funciones casi sacerdotales o que sean intermediarios entre Dios y nosotros. Más bien, es que ellos pueden darnos consejos sabios que nos ayudarán a no volver a caer en un proceder que pueda llevarnos a la desaprobación de Dios.

Jamás rechacemos la ayuda y guía que Jehová nos da en su Palabra Inspirada, y siempre aceptemos de buena gana los consejos basados en las Escrituras que nos den hermanos maduros de nuestra congregación.

Become Jehovah's Friend (Hazte amigo de Jehová). Cánticos 106 y 120 en formato MP3.


Durante el último discurso del día sábado de nuestra pasada asamblea de distrito "Protejamos el corazón", todos nos conmovimos al escuchar la grabación de un coro de niños cantando el cántico 120 "Jehová bendice al que escucha y obedece".

Dichas grabaciones se pueden obtener en formato de video con imágenes caricaturizadas, hasta ahora, de los personajes Caleb y Sofía y su familia, lo que capta la atención de los más pequeños.

Pero a muchos adultos también les gusta escuchar estas grabaciones. Por eso, a continuación hacemos disponible en formato MP3 los dos cánticos EN INGLÉS que han sido publicados hasta este mes. Los cánticos 106 Gaining Jehovah's Friendiship (La amistad con Jehová) y Listen, Obey and Be Blessed (Jehová bendice al que escucha y obedece).