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jueves, 7 de junio de 2012

¿Qué lo hace un “Cristiano”?

“En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos”
— Juan 13:35 —

¿Cómo identificar a los verdaderos cristianos? ¿Los identificaría el que hablarían en lenguas, curarían enfermos milagrosamente y expulsarían demonios? ¿O es la antigüedad de una organización religiosa lo que hace a un grupo la verdadera iglesia cristiana? ¿Basta con creer en Jesús?

Ninguna de las características anteriormente descritas hace a un grupo o a una persona un cristiano verdadero. De hecho, ni siquiera es suficiente con sólo creer que Dios envió a su hijo a la tierra a morir por la humanidad. El discípulo Santiago dijo: “Tú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen.” (Santiago 2:19) Y ciertamente, los demonios no sólo creen en Dios, sino saben muy bien que Jesucristo es el hijo del Dios vivo. En una ocasión un demonio le dijo a Jesús: “Sé exactamente quién eres: el Santo de Dios.” (Lucas 4:34, 41) Así que, el que alguien crea que Jesús es el hijo de Dios, que vino y dio su vida por la humanidad, y que actualmente está en los cielos, no necesariamente lo hace cristiano. Cree en Jesús, pero, ¿de verdad es cristiano?

¿Cómo saber quién es un cristiano verdadero? Más importante que eso, ¿qué hace que yo sea un cristiano verdadero? Recordemos que ser cristiano es ser un seguidor de Cristo; no basta con creer en él, hay que imitarlo. El apóstol Pedro dijo: “Cristo sufrió por ustedes, dejándoles dechado para que sigan sus pasos con sumo cuidado y atención.” (1 Pedro 2:21) ¿Cómo podemos seguir sus pasos con sumo cuidado y atención? Pues el apóstol dice que Cristo nos dejó un modelo a seguir, ¿y en dónde encontramos ese modelo? En las Escrituras Griegas Cristianas, especialmente en los cuatro evangelios, en donde se relatan en detalle las enseñanzas y actitudes de nuestro Señor. Por eso, es de suma importancia que leamos diariamente la Biblia, para conocer a Cristo. Únicamente si conocemos la personalidad y las enseñanzas de Jesús podremos seguir sus pasos. Entonces, si alguien no estudia su Biblia, ¿verdaderamente podría ser un cristiano?

Por otro lado, la antigüedad de una poderosa organización religiosa tampoco la hace necesariamente cristiana. ¿Cómo podría una iglesia denominarse “cristiana”, cuando se ha hecho culpable de odio, derramamiento de sangre y abusos de la autoridad? ¿Realmente han imitado a Jesucristo al inmiscuirse en la política y dar su bendición a las guerras? Más significativamente, ¿cómo puede alguna organización religiosa llamarse “cristiana” cuando se ha desviado por completo de las enseñanzas de Jesucristo? Por ejemplo, Jesús dijo con tanta claridad: “El Padre es mayor que yo” (Juan 14:28) ¿Es de cristianos el enseñar lo contrario, a saber, que Jesucristo es igual al Padre? Vemos que en muchos casos, de hecho, en toda la cristiandad, existen actitudes y enseñanzas que atentan contra el cristianismo verdadero.

La ejecución de obras poderosas tampoco es garantía de que una organización o iglesia está compuesta por cristianos verdaderos. Es del todo cierto que Jesús dijo: “Al ir, prediquen, diciendo: ‘El reino de los cielos se ha acercado’. Curen enfermos, levanten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios.” (Mateo 5:7) Ha de notarse que esas características distinguirían a los cristianos primitivos, durante el siglo I, pues Jesús nunca dijo que esas características continuarían por siglos. De hecho, la única señal identificadora de los cristianos verdaderos durante los últimos días, de las mencionadas en ese versículo, sería predicar el Reino de Dios. ¿Quiénes están predicando el Reino de Dios en todo el mundo? ¿Lo hacen las iglesias? No. Es más, en su vasta mayoría ignoran qué es el Reino de Dios, y creen y enseñan que este es un estado o condición de corazón. Para los últimos días Jesús también habló de la expulsión demoníaca, pero no dijo que esta sería practicada por sus seguidores verdaderos, sino más bien, por “obradores del desafuero” (Mateo 7:21-23). Además, sobre las obras poderosas, el apóstol Pablo escribió bajo inspiración divina: “el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá.” (1 Corintios 13:8, La Biblia al Día) Así que ni hablar en lenguas, ni "profetizar", ni creer tener conocimiento milagroso, ni expulsar demonios lo hace a uno un cristiano verdadero, entonces ¿qué nos hace cristianos?

Ya señalamos la importancia de seguir a Jesucristo, es decir, imitar su forma de hablar, actuar y tratar a otros. Pero hay una cualidad sobresaliente que nos hace verdaderos cristianos, y esta fue señalada por el apóstol Pablo. Tras decir que los dones milagrosos desaparecerían, dijo: “sin embargo, permanecen la fe, la esperanza, el amor, estos tres; pero el mayor de estos es el amor.” (1 Corintios 13:13) ¿Notó? Dijo: “el mayor de estos es el amor”. Es más, esa sería la señal identificadora de los verdaderos discípulos de Cristo, pues él dijo: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí”. (Juan 13:35). Es el amor el que nos une como una hermandad mundial, en donde no existe odio racial ni distinción de clases. Verdaderamente pertenecemos a un conjunto de cristianos verdaderos que han desplegado verdadero amor, aún en circunstancias difíciles. Miles de hermanos nuestros han preferido la cárcel en tiempos de guerra, en lugar de ir y matar a su prójimo. ¡Todo lo contrario a las iglesias de la cristiandad!

Pero pertenecer a la organización de Dios no nos hace, de forma individual, cristianos. ¿Por qué no? Porque debemos imitar a Cristo y mostrar amor de forma personal e individual. Por eso es apropiado que nos preguntamos: “¿Soy yo un verdadero cristiano?” Para eso es importante que despleguemos amor en toda faceta de nuestra vida. Obviamente, mostrar amor no es lo único que se requiere, pero es una de las cosas más importantes. Tome en cuenta que Jesús dijo: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros.” (Juan 13:34) Entonces, ¿qué clase de amor mostró Jesús, y cómo podemos imitarlo al amar así a nuestros hermanos? ¿Tenemos la obligación de amar únicamente a nuestros hermanos en la fe? Esas cuestiones se tratarán en las siguientes semanas, en donde nos dedicaremos a hablar detenidamente de la cualidad del amor, y de cómo mostrarlo, tanto dentro como fuera de la congregación.

lunes, 12 de julio de 2010

¿ESTARÁ USTED EN EL NUEVO MUNDO?

“Tenemos los ojos fijos […] en las [cosas] que no se ven”
—2 Corintios 4:18—

TIEMPO APROXIMADO DE LECTURA: 5 MINUTOS


Él tenía muchos años de edad, y llevaba muchísimas décadas sirviendo fielmente a Jehová. Había aguantado una cosa tras otra: la responsabilidad de enfrentarse al Rey del imperio más poderoso del mundo, la hostilidad de la corte real, la hostilidad de su propio pueblo y, finalmente, vagar en un desierto por casi 40 años por culpa de otros ¿ya sabe de quién estamos hablando? Sí, es de Moisés. Moisés es un ejemplo digno de seguir debido al aguante que tuvo. Las pruebas que tuvo que pasar no fueron nada fáciles, pero las aguantó ¿por qué? El apóstol Pablo nos da la respuesta: “estimaba el vituperio del Cristo como riqueza más grande que los tesoros de Egipto; porque miraba atentamente hacia el pago del galardón” (Hebreos 11:26). Moisés tenía una meta que perseguir, sabía que Jehová había prometido a Abrahán que su descendencia heredaría la tierra de Canaán, lo que significaría libertad de la esclavitud para su pueblo. Moisés tenía fe en esa promesa, y por eso atravesó todas las dificultades requeridas a fin de ver realizada la promesa de Jehová (Hebreos 11:27, 28). Qué piensa, ¿fue esa promesa el combustible de los actos de fe de Moisés? La respuesta la dio Moisés mismo, no precisamente con palabras, sino con sus acciones.



Tras décadas de fiel servicio, Moisés cometió el error de no darle la gloria a Jehová por haber sacado agua de una Roca (Números 20:2-12). Moisés nos cuenta el resultado de ese error: “Y me puse a suplicar favor a Jehová en aquel tiempo en particular, y dije: […] Déjame pasar, por favor, y ver la buena tierra que está al otro lado del Jordán, esta buena región montañosa y el Líbano’. Y Jehová continuó estando furioso contra mí por causa de ustedes y no me escuchó; antes bien, me dijo Jehová: ‘¡Basta ya! Nunca me vuelvas a hablar de este asunto’” (Deuteronomio 3:24-27). ¿Cómo reaccionó Moisés? Seguramente se sintió sumamente triste. Imagínese, ¡cómo se hubiera sentido usted si, tras muchas décadas de servicio fiel, se le negara recibir el premio que perseguía! ¡Pero qué ejemplo dio Moisés! Nada en las escrituras indican que perdiera la fe en Jehová o que se rebelara contra él. Tras ese incidente siguió dando a conocer los mandamientos de Jehová a la nación de Israel, escribió el libro de Deuteronomio y el apóstol Pablo lo alista entre la gran nube de testigos fieles en el capítulo 11 de Hebreos. Este incidente hace obvio que, aunque Moisés tenía los ojos fijos en la tierra prometida, y esa era su meta, ese no era lo que lo movía a servir a Jehová. Si esa esperanza hubiera sido el combustible que mantenía vivo ese “motor”, al saber que no lograría entrar en la tierra prometida, se hubiera negado a seguir haciendo la voluntad de Dios. Entonces, ¿qué movía a Moisés a servir fielmente? El apóstol Pablo dice: “continuó constante como si viera a Aquel que es invisible” (Hebreos 11:27). Aunque tenía fe en que Jehová cumpliría su promesa de guiarlos a la tierra prometida, su fe se centraba, no en la promesa en sí, sino en aquel que hizo la promesa, “Aquel que es invisible”. Sí, su fe y su amor por Jehová fueron el combustible que alimentaba el motor que lo movía a actuar. Aunque para él era importante el galardón que le esperaba, era más importante el amor por su Dios, por esa razón “continuó constante como si viera a Aquel que es invisible” aún cuando supo que no entraría a la tierra prometida.



¿Qué hay de usted? ¿Qué hay de mí? ¿Por qué servimos a Jehová? ¿Cuál es el motor que mueve nuestros actos de fe? ¿Es el vernos librados de una enfermedad incurable? ¿Es el volver a ver a un ser querido que murió? ¿Es el deseo de vivir para siempre? ¿Es el deseo de ver la tierra convertida en un paraíso? Si esas son las razones por las cuales servimos a Jehová, piense detenidamente, ¿qué sucedería si supiera que Jehová no curará su enfermedad? ¿Qué sucedería si supiera que ese ser querido que murió no resucitará? ¿Qué pasaría si supiera que, de todas formas, morirá? ¿Seguiría sirviendo fielmente a Jehová si supiera que el paraíso aún está lejos, que faltan muchos años para que venga el fin? Meditar en esas respuestas revelará si estamos preparados para vivir en el nuevo mundo.



Es cierto que el anhelar las bendiciones del nuevo mundo no tiene nada de malo. De hecho el apóstol Pablo dijo que la esperanza es como un yelmo que nos protege. Sin ese “yelmo de la salvación” no podremos resistir los ataques de Satanás, y por lo tanto, tampoco podremos sobrevivir al fin de este mundo. La esperanza nos motiva, nos alienta en momentos difíciles (Efesios 6:13, 17; 1 Tesalonicenses 5:8). Tener la esperanza del nuevo mundo clara en nuestra mente y corazón nos ayudará a soportar pruebas difíciles. Pero esa esperanza nunca deberá convertirse en el motivo principal de nuestro servicio a Dios.



Si esa esperanza se convierte en nuestro único motivo para servir a Jehová, quizás nos decepcionemos al enfrentarnos a algunas situaciones y abandonemos nuestro servicio a Jehová. Podría sucedernos lo que les sucedió a algunos cristianos ungidos de principios del Siglo XX. Recordemos que muchos esperaban el fin del sistema de cosas en octubre de 1914, como no sucedió, algunos abandonaron la fe, demostrando así que la esperanza de alcanzar la salvación era el combustible de sus actos de fe, mientras que otros siguieron adelante sirviendo a Dios, demostrando que, aunque querían alcanzar su recompensa, el amor a Dios y su fe en él era lo más importante, y que no importaba cuándo actuara Jehová, lo que importaba era obedecerle. Tanto los que abandonaron la fe, como los que no, ya murieron, ¿qué diferencia hay? Que hermanos fieles como C. T. Russell, A. H. Macmillan, F. W. Franz y muchos otros ya han alcanzado su recompensa, pues, al permanecer fieles hasta la muerte han sido considerados dignos de recibir su recompensa celestial. Por lo tanto, ahora ellos están en el cielo como futuros sacerdotes y Reyes (Revelación 20:6). Por otra parte, los que repudiaron la fe murieron sin su recompensa y sin una esperanza segura ¿resucitarán en el paraíso terrestre? Solo Jehová lo sabe, aunque la Biblia da pocas esperanzas para las personas que rechazan la fe verdadera. Aún si resucitan en la tierra, se perdieron del maravilloso privilegio de reinar con Jesús y ver a Jehová cara a cara.



Esto resalta la importancia de servir a Jehová por los motivos correctos. Cultivemos amor sincero por Jehová. Conozcámoslo y tratemos de amoldar nuestra vida a sus mandamientos. Cultivemos cualidades que agradan a Jehová y evitemos actitudes que él odia. Hagamos todo eso, no solo por vivir eternamente en el paraíso que él promete. Hagámoslo por amor sincero a él. Si el amor es el motivo de nuestras acciones, no dudemos de que alcanzaremos el premio que él nos promete. Que nuestra resolución sea como la de un hermano que dijo: “Aún si Jehová no me considera digno de vivir en el nuevo mundo, el ser un testigo suyo en este sistema de cosas es lo mejor que pudo haberme pasado”. Por supuesto, nunca dudemos de las promesas de Jehová y tengámoslas claras en nuestra mente y corazón. Recordemos cada día las palabras de Hebreos 6:10: “Porque Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre”.