— Salmo 97:10 —
La semana pasada tratamos el tema de la apostasía y cuán peligrosa puede resultar. Sabemos que estas personas que ‘se adelantan y no permanecen en la enseñanza del Cristo’ son anticristos e hijos del Diablo, y por lo tanto no deberíamos darles siquiera “un saludo. Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas” (2 Juan 9, 10; 1 Juan 2:18, 19). Ahora bien, la situación podría tornarse difícil cuando un familiar o un amigo íntimo cae en el lazo del Diablo y se rebela contra Jehová y su organización. ¿Cómo deberíamos actuar y cómo deberíamos ver a los apóstatas?
Sabemos cómo debemos tratar a quienes abandonan la congregación, sea por que renuncian a su posición como miembros de la congregación por escrito o por acciones y palabras, o porque ha cometido un pecado grave, no se ha arrepentido y tiene que ser expulsado de la congregación. El apóstol Pablo dijo: “cesen de mezclarse en la compañía de cualquiera que, llamándose hermano, sea fornicador, o persona dominada por la avidez, o idólatra, o injuriador, o borracho, o que practique extorsión, y ni siquiera coman con tal hombre” (1 Corintios 5:11). Notemos la expresión “cualquiera”; el apóstol no indicó que habría excepciones, ni siquiera con los familiares, mucho menos con los amigos que no tienen ningún parentesco consanguíneo. Es obvio que habrá ocasiones en que será necesario tratar con un pariente expulsado, pero el trato con esa persona debe mantenerse al mínimo si vive fuera de nuestra casa o no pertenece a nuestra familia inmediata. Si el pariente expulsado vive dentro de nuestro mismo hogar todavía, es lógico que no dejaremos de hablarle ni de tratar con él, pero nunca debemos olvidar que los lazos espirituales con esa persona se han roto por completo, pues esa persona ya no es amiga de Jehová. Es obvio que la apostasía no es menos grave que la fornicación ni que cualquier otro pecado grave, de hecho, es fornicación espiritual y es mucho más asquerosa y grave que la fornicación física. ¿Es nuestra posición ante los apóstatas exagerada? Por supuesto que no, y, de hecho, al actuar así demostramos nuestra lealtad a nuestro padre celestial. El amor a Jehová debe motivarnos a odiar lo que es malo ¿implica esto odiar a los apóstatas?
Jehová es justo y amoroso y nos instruye para nuestro propio beneficio, así que, ¿por qué dudar de sus normas expuestas con claridad en la Santa Biblia? Nadie que respete la Biblia se atrevería a contradecir los claros mandamientos de 2 Juan 9, 10 o 1 Corintios 5:11 ¿verdad? Aún así, los testigos de Jehová somos acusados de fomentar odio a los que en un tiempo fueron miembros de la congregación. Puesto que somos cristianos, seguimos el ejemplo de Jesús, y, ¿cómo reaccionó Jesús ante los líderes judíos, que en un tiempo pertenecieron al pueblo de Dios pero que negaban que él fuera el enviado de Jehová? Nunca dudó en llamarlos “prole de víboras” y de decirles que provenían de “su padre el Diablo”, también los llamó “ciegos” e “hipócritas” ¿indicaban estas palabras que Jesús, el reflejo perfecto de un Dios que personifica el amor, odiaba a estas personas? Todo depende del punto de vista desde el cuál entendamos la palabra “odio”.
Puesto que Jesús amaba a Jehová obedecía con celo el mandato del Salmo 97:10 de ‘odiar lo que es malo’. EL Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo Testamento de W.E. Vine indica que la palabra hebrea (el idioma que Jesús hablaba) para “Odio” (Heb. שׂנא, sane, la misma que usa el Salmo 97:10) puede referirse a “’ser enemigo’ de algo o alguien” o rechazar algo. En ese sentido Jesús “odiaba” a esos líderes hipócritas, aunque no sentía “hostilidad intensa, una mala predisposición arraigada, a la que suele acompañar el rencor.” (Perspicacia para comprender las Escrituras, Tomo 1, página 517, it-1 517). Además él odiaba sus acciones, es decir que sentía “fuerte aversión, pero sin ninguna intención de hacer daño al objeto del odio, sino solo de procurar evitarlo debido a un sentimiento de repugnancia”. (it-1 517) Por esa razón él no reprimía sus duras denuncias contra esas personas. Esa misma actitud adoptamos los testigos hacia los apóstatas.
Puesto que los apóstatas son enemigos de Jehová, también deben ser nuestros enemigos y en ese sentido sentimos “odio” hacia ellos, es decir, los rechazamos así como Jesús rechazó a los líderes religiosos hipócritas. Sin embargo ese odio no es el mismo tipo de odio al que se hace referencia en Mateo 5:43 ni en 1 Juan 3:15. Más bien, sentimos una fuerte aversión, no hacia las personas apóstatas, sino hacia sus acciones asquerosas y las evitamos “debido a un sentimiento de repugnancia”.
Entendiendo el significado de la palabra “odio” podemos responder a la pregunta: “¿Debemos odiar a los apóstatas?”, la respuesta es: Debemos sentir odio piadoso hacia ellos y asco hacia sus acciones.
Debemos ser equilibrados al ver este asunto. Nunca deberíamos sentir odio destructivo hacia ellos, es decir, “hostilidad intensa, una mala predisposición arraigada, a la que suele acompañar el rencor. Tal odio puede convertirse en un sentimiento corrosivo que intenta hacer daño al objeto de su odio” (it-1 517). El ver de forma apropiada a los enemigos de Jehová nos ayudará a aplicar fácilmente el consejo de bíblico de “amar al prójimo como a uno mismo” y ‘amar a nuestros enemigos’ pero al mismo tiempo compartir las palabras del Salmo 139:21, 22 que dice: ¿No odio yo a los que te odian intensamente, oh Jehová, y no me dan asco los que se sublevan contra ti? De veras los odio con un odio completo. Han llegado a ser para mí verdaderos enemigos” (Mateo 5:44; Marcos 12:33).
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