“No digas en tu corazón: ‘¿Quién ascenderá al cielo?’, esto es, para hacer bajar a Cristo”.
(Romanos 10:6)
(Romanos 10:6)
¿Cómo sería posible querer bajar a Cristo del cielo? Muchas dudas han surgido de las palabras dadas a los Romanos en el capítulo 10 de la carta escrita por el apóstol Pablo. Apropiadamente, el apóstol Pedro reconoció que en las cartas del apóstol Pablo “hay algunas cosas difíciles de entender” (2 Pedro 3.16), y es probable que las palabras de Romanos 10:6, 7 resulten un poco complicadas. Pero veamos, a la luz del contexto, qué quiso decir el apóstol y cómo nos afecta hoy día.
En el contexto encontramos al apóstol hablando sobre la ley mosaica y el nuevo arreglo Cristiano. Por eso, no extraña que a menudo cite directamente de las palabras de la ley. En realidad, las palabras de Romanos 10:6, 7 son una variante de las que encontramos en Deuteronomio 30:11-14. Allí dice en parte: “Porque este mandamiento que te estoy mandando hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en los cielos, para que se diga: ‘¿Quién ascenderá por nosotros a los cielos y nos lo conseguirá, para que nos deje oírlo para que lo pongamos por obra? […]Porque la palabra está muy cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón, para que la pongas por obra”.
En otras palabras, no había excusa para que un israelita no cumpliera los mandamientos de la ley, porque las leyes estaban claras y cerca de ellos. En el caso de los padres israelitas, debían obedecer el mandamiento de enseñar la ley a sus hijos, pero antes debían grabarla ellos mismos en su corazón, y luego inculcarlas en sus niños (Deuteronomio 6:6, 7). De esa forma, la ley estaba cerca de ellos, en su propia boca y en su propio corazón.
Usando palabras similares, el apóstol Pablo dice: “No digas en tu corazón: ‘¿Quién ascenderá al cielo?’, esto es, para hacer bajar a Cristo; o: ‘¿Quién descenderá al abismo?’, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos”. Pero ¿qué dice? “La palabra está cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón” (Romanos 10:6-8). En otras palabras, así como los israelitas no tenían excusa para no conocer la ley, los cristianos tampoco tenían excusa para no conocer los mandamientos de Cristo y la fe en él. Ya que Cristo había bajado del cielo una vez, había muerto y resucitado, toda su labor debió quedarse plasmada en los corazones de los cristianos, de modo que ya no es necesario que Cristo vuelva a venir para enseñar la verdad. Como los cristianos de hoy, los cristianos primitivos tenían la responsabilidad de predicar estas buenas nuevas. Por eso, el apóstol Pablo les dice: “’La palabra está cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón’; es decir, la ‘palabra’ de fe, que predicamos” (Romanos 10:8). De modo que, tal como los padres israelitas tenían la ley en su corazón y en su boca al enseñársela a sus hijos, los cristianos debían tener en su corazón y en su boca la “palabra de fe” que predicaban.
Hoy, como en aquellos días, nosotros predicamos estas buenas nuevas sobre el Reino del Cristo, y proclamamos las bendiciones que nos traerá el futuro gracias al sacrificio de Jesús. Pero, ¿tenemos en nuestro corazón esas palabras de fe? Deberíamos. Sólo si tenemos esas palabras en nuestro corazón, nuestra predicación será eficaz. Así que, como la fe sigue a lo oído, tratemos de profundizar nuestro conocimiento de la palabra de Dios y las enseñanzas de Cristo. Así nunca caeremos en el error de creer que esas “palabras de fe” están lejos de nosotros, pues las predicamos de continuo cuando llevamos a las personas el mensaje de Jehová que les hará obtener la salvación (Romanos 10:13).
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