“Los hijos son una herencia de parte de Jehová; el fruto del vientre es un galardón. Feliz es el hombre físicamente capacitado que ha llenado su aljaba de ellos.
—Salmo 127:3, 5—
—Salmo 127:3, 5—
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En el antiguo Israel el tener hijos era un gran privilegio y un galardón. La esterilidad se consideraba una maldición (Compare con Génesis 30:1). Sin embargo, al pasar los siglos y al cambiar el mundo el punto de vista sobre los hijos ha cambiado. Hoy día, muchas personas prefieren permanecer sin hijos debido a la situación económica, o simplemente porque desean evitar las responsabilidades y obligaciones que esto conlleva. La pregunta es, ¿debería un cristiano usar métodos anticonceptivos? De más trascendencia aún, ¿debería someterse a un proceso de esterilización? ¿Cómo podría afectar esto en su relación con Dios o sus privilegios de servicio?
El Salmo en que se basa el tema de esta semana habla de los hijos como una herencia de parte de Jehová. Los hijos son comparados a flechas en la mano de un hombre poderos, y pronuncia feliz al hombre que ha llenado su aljaba (la aljaba era una pequeña caja portátil para guardar flechas) de esas “flechas”, es decir, los hijos (Salmo 127:4). Nos para tomar con poca seriedad este salmo. Desde el principio de la humanidad Jehová dio el mandato “Llenen la tierra” (Génesis 1:28). Tras la destrucción del mundo antediluviano Jehová dio a Noé la misma exhortación (Génesis 9:1). Queda claro que una de las responsabilidades dadas, tanto a Adán y Eva, como a Noé, su esposa, sus hijos y sus nueras era el de reproducirse. Por muchos siglos se consideró así el asunto de los hijos dentro del pueblo de Dios, Al grado que Ana, la esposa de Elqaná era humillada y ella misma se sentía desdichada por no tener hijos (1 Samuel 1:1-8). Las familias grandes eran respetadas en el antiguo Israel, y todos los hijos eran considerados una herencia de parte de Jehová. Por lo tanto, el don de la reproducción era algo muy respetado. De hecho, uno de los propósitos de los matrimonios era el de tener hijos. En vista de esto, ¿cómo deberíamos ver los cristianos el asunto de tener hijos?
Como vimos, en la antigüedad el tener hijos era un asunto muy bien visto. Sin embargo, las cosas cambiarían con el tiempo. Por ejemplo, Jesús mismo nunca tuvo hijos, y el apóstol Pablo tampoco. Sabemos que el apóstol Pedro era casado, pero no sabemos si tenía hijos o no. En una ocasión Jesús dijo: “hay eunucos que a sí mismos se han hecho eunucos por causa del reino de los cielos. Quien pueda hacer lugar para ello, haga lugar para ello” (Mateo 19:12). Es cierto que Jesús hablaba del don del matrimonio y la opción de la soltería que algunos escogerían para poner el Reino en primer lugar. Sin embargo, el permanecer soltero por causa del Reino implica el no tener hijos, y esto de ninguna forma falta el respeto por el don de la reproducción.
Aunque es cierto que en la antigüedad el que una mujer no tuviera hijos se consideraba casi una maldición, no encontramos en las Escrituras Griegas Cristianas un mandato que indique que todos los matrimonios deben permanecer sin hijos. Algunas personas objetan diciendo que el único objetivo lícito de las relaciones sexuales dentro del matrimonio es el tener hijos, pero la Biblia no enseña eso. El libro bíblico de Proverbios usa lenguaje figurado que indica que las relaciones sexuales no son sólo para tener hijo, pues dice: “Bebe agua de tu propia cisterna, y chorrillos que salgan de en medio de tu propio pozo. [...] Resulte bendita tu fuente de aguas, y regocíjate con la esposa de tu juventud, una amable cierva y una encantadora cabra montesa. Que sus propios pechos te embriaguen a todo tiempo. Con su amor estés en un éxtasis constantemente” (Proverbios 5:15, 18, 19). Es obvio, entonces, que las relaciones sexuales dentro del apropiado marco del matrimonio pueden derivar gozo, además de ser una forma saludable de demostrar cariño y ternura al cónyuge.
Podríamos agregar otro razonamiento. Si alguien dice que no deben usarse métodos anticonceptivos (lo que implicaría que la mujer tuviera cuantos hijos pudiera) debería pensar en lo siguiente, ¿está su situación económica en la condición apropiada para dar todo lo que el niño necesita materialmente? Las cosas básicas son: comida, ropa, un hogar digno y educación. Si no lo está, su pecado sería muy serio, pues el apóstol Pablo dijo: “Ciertamente si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe” (1 Timoteo 5:8).
En vista de que la situación mundial y las necesidades y condiciones de cada familia han cambiado, y si además agregamos que bajo el arreglo cristiano no se establece que los matrimonios obligatoriamente deben tener hijos, debemos aplicar el principio bíblico expuesto en Gálatas 6:5: “Porque cada uno llevará su propia carga de responsabilidad”. No está en derecho de nadie mandar lo que cada matrimonio decidirá, pues, como dijo el apóstol Pablo: “¿Quién eres tú para juzgar al sirviente de casa ajeno? Para su propio amo está en pie o cae. En verdad, se le hará estar en pie, porque Jehová puede hacer que esté en pie” (Romanos 14:4). En realidad, la decisión de tener o no hijos es algo entre cada matrimonio y Jehová, y no nos compete juzgar sus decisiones.
Es obvio que, como queremos agradar a Dios evitaremos también prácticas como el aborto, o métodos anticonceptivos que actúen después de que la concepción se ha realizado, como la píldora del día después, pues claramente se estaría cometiendo un pecado sumamente serio a los ojos de Dios: el homicidio, y claro está, los homicidas no heredarán el Reino de Dios.
¿Qué hay de los procedimientos de esterilización? Tomemos como ejemplo la vasectomía. Allá, en 1975 La Atalaya del 15 de agosto dijo: “En vista de estos puntos bíblicos, debe ser evidente que el dar a luz hijos tiene aprobación divina. De consiguiente, sería incorrecto el que uno se sometiera a la esterilización o aprobara la esterilización de su esposa simplemente porque no aprecia el don de Dios de las facultades de procreación” (Página 509). Se explicó que, aún así, cuando un embarazo pudiera poner en peligro la vida de la madre o el bebé, el considerar la esterilización como método de control de la natalidad era un asunto de cada matrimonio, y hasta dijo respecto a la esterilización masculina: “No es el cuerpo de él el que tiene una matriz debilitada. Sin embargo, si su conciencia le permite la esterilización, quizás prefiera ser él el que se someta a la operación, en vez de hacer que su esposa se someta a cirugía adicional. Su conciencia puede o no puede permitir que lo haga.” Tomemos en cuenta que en esas fechas la vasectomía se consideraba irreversible. Sin embargo, al pasar los años y los científicos lograron que la vasectomía fuera, en muchos casos, reversible. La Atalaya del 1 de mayo de 1985 declarara que este es un asunto de conciencia, en el cual nadie debe intentar influir.
Esa revista decía: “Puesto que las Escrituras Griegas Cristianas no dan guía directa sobre estos asuntos, los cristianos tienen que tomar su propia decisión en lo que toca a limitar el tamaño de su familia y respecto al control de la natalidad” y luego dijo: “Si la pareja está pensando en la esterilización como método para el control de la natalidad, aún así debe considerar si sus acciones pudieran afectar de alguna manera a otras personas. Aunque por lo general las parejas casadas no hacen pública su decisión sobre el control de la natalidad, si se supiera por todas partes que cierta pareja había recurrido a la esterilización voluntaria, ¿perturbaría esto muchísimo a la congregación y le perdería ésta el respeto? (1 Timoteo 3:2, 12, 13.) Éstos son factores que hay que considerar con mucha seriedad, incluso en este asunto privado y personal. Después de haberlo considerado todo, la siguiente declaración de Pablo es apropiada: “Para su propio amo [Jehová] está en pie o cae” (cursivas nuestras).
Así que, aunque es un asunto de conciencia, debe considerarse las conciencias de los demás. Quizás a la vista de la congregación y la comunidad está mal que un hermano con privilegios de servicio se someta a la vasectomía, así que si lo hiciera quizás las personas le perderían el respeto, lo que haría que no llenara el requisito de ser irreprochable y de ser considerado de juicio sano, así que no calificaría como superintendente de la congregación. Pero, ¿qué sucedería si en su comunidad o su congregación no se vea mal el someterse a un procedimiento de esterilización? ¿O si nadie se entera de que usted se hizo la vasectomía? En ese caso no aplicaría el principio expuesto arriba. En todo caso, en vista de que esto no se ha aclarado en ninguna publicación provista por el “Esclavo Fiel y discreto”, ¿por qué no consulta con un anciano de confianza de su congregación, o con el superintendente de circuito? Es seguro que ellos podrán brindarle información valiosa e importante.
Aunque la reproducción es un maravilloso don que Jehová nos ha dado, la decisión de tener o no tener hijos, y el método que se elija para esto (obviamente, que no sea abortivo) es decisión de cada pareja y no nos compete entrometernos en ese asunto. Sea como sea, demostremos con nuestras palabras y obras que respetamos y agradecemos el don de la reproducción, don que nos dio Jehová, aquel de quien viene “Toda dádiva buena y todo don perfecto” (Santiago 1:17).
El Salmo en que se basa el tema de esta semana habla de los hijos como una herencia de parte de Jehová. Los hijos son comparados a flechas en la mano de un hombre poderos, y pronuncia feliz al hombre que ha llenado su aljaba (la aljaba era una pequeña caja portátil para guardar flechas) de esas “flechas”, es decir, los hijos (Salmo 127:4). Nos para tomar con poca seriedad este salmo. Desde el principio de la humanidad Jehová dio el mandato “Llenen la tierra” (Génesis 1:28). Tras la destrucción del mundo antediluviano Jehová dio a Noé la misma exhortación (Génesis 9:1). Queda claro que una de las responsabilidades dadas, tanto a Adán y Eva, como a Noé, su esposa, sus hijos y sus nueras era el de reproducirse. Por muchos siglos se consideró así el asunto de los hijos dentro del pueblo de Dios, Al grado que Ana, la esposa de Elqaná era humillada y ella misma se sentía desdichada por no tener hijos (1 Samuel 1:1-8). Las familias grandes eran respetadas en el antiguo Israel, y todos los hijos eran considerados una herencia de parte de Jehová. Por lo tanto, el don de la reproducción era algo muy respetado. De hecho, uno de los propósitos de los matrimonios era el de tener hijos. En vista de esto, ¿cómo deberíamos ver los cristianos el asunto de tener hijos?
Como vimos, en la antigüedad el tener hijos era un asunto muy bien visto. Sin embargo, las cosas cambiarían con el tiempo. Por ejemplo, Jesús mismo nunca tuvo hijos, y el apóstol Pablo tampoco. Sabemos que el apóstol Pedro era casado, pero no sabemos si tenía hijos o no. En una ocasión Jesús dijo: “hay eunucos que a sí mismos se han hecho eunucos por causa del reino de los cielos. Quien pueda hacer lugar para ello, haga lugar para ello” (Mateo 19:12). Es cierto que Jesús hablaba del don del matrimonio y la opción de la soltería que algunos escogerían para poner el Reino en primer lugar. Sin embargo, el permanecer soltero por causa del Reino implica el no tener hijos, y esto de ninguna forma falta el respeto por el don de la reproducción.
Aunque es cierto que en la antigüedad el que una mujer no tuviera hijos se consideraba casi una maldición, no encontramos en las Escrituras Griegas Cristianas un mandato que indique que todos los matrimonios deben permanecer sin hijos. Algunas personas objetan diciendo que el único objetivo lícito de las relaciones sexuales dentro del matrimonio es el tener hijos, pero la Biblia no enseña eso. El libro bíblico de Proverbios usa lenguaje figurado que indica que las relaciones sexuales no son sólo para tener hijo, pues dice: “Bebe agua de tu propia cisterna, y chorrillos que salgan de en medio de tu propio pozo. [...] Resulte bendita tu fuente de aguas, y regocíjate con la esposa de tu juventud, una amable cierva y una encantadora cabra montesa. Que sus propios pechos te embriaguen a todo tiempo. Con su amor estés en un éxtasis constantemente” (Proverbios 5:15, 18, 19). Es obvio, entonces, que las relaciones sexuales dentro del apropiado marco del matrimonio pueden derivar gozo, además de ser una forma saludable de demostrar cariño y ternura al cónyuge.
Podríamos agregar otro razonamiento. Si alguien dice que no deben usarse métodos anticonceptivos (lo que implicaría que la mujer tuviera cuantos hijos pudiera) debería pensar en lo siguiente, ¿está su situación económica en la condición apropiada para dar todo lo que el niño necesita materialmente? Las cosas básicas son: comida, ropa, un hogar digno y educación. Si no lo está, su pecado sería muy serio, pues el apóstol Pablo dijo: “Ciertamente si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe” (1 Timoteo 5:8).
En vista de que la situación mundial y las necesidades y condiciones de cada familia han cambiado, y si además agregamos que bajo el arreglo cristiano no se establece que los matrimonios obligatoriamente deben tener hijos, debemos aplicar el principio bíblico expuesto en Gálatas 6:5: “Porque cada uno llevará su propia carga de responsabilidad”. No está en derecho de nadie mandar lo que cada matrimonio decidirá, pues, como dijo el apóstol Pablo: “¿Quién eres tú para juzgar al sirviente de casa ajeno? Para su propio amo está en pie o cae. En verdad, se le hará estar en pie, porque Jehová puede hacer que esté en pie” (Romanos 14:4). En realidad, la decisión de tener o no hijos es algo entre cada matrimonio y Jehová, y no nos compete juzgar sus decisiones.
Es obvio que, como queremos agradar a Dios evitaremos también prácticas como el aborto, o métodos anticonceptivos que actúen después de que la concepción se ha realizado, como la píldora del día después, pues claramente se estaría cometiendo un pecado sumamente serio a los ojos de Dios: el homicidio, y claro está, los homicidas no heredarán el Reino de Dios.
¿Qué hay de los procedimientos de esterilización? Tomemos como ejemplo la vasectomía. Allá, en 1975 La Atalaya del 15 de agosto dijo: “En vista de estos puntos bíblicos, debe ser evidente que el dar a luz hijos tiene aprobación divina. De consiguiente, sería incorrecto el que uno se sometiera a la esterilización o aprobara la esterilización de su esposa simplemente porque no aprecia el don de Dios de las facultades de procreación” (Página 509). Se explicó que, aún así, cuando un embarazo pudiera poner en peligro la vida de la madre o el bebé, el considerar la esterilización como método de control de la natalidad era un asunto de cada matrimonio, y hasta dijo respecto a la esterilización masculina: “No es el cuerpo de él el que tiene una matriz debilitada. Sin embargo, si su conciencia le permite la esterilización, quizás prefiera ser él el que se someta a la operación, en vez de hacer que su esposa se someta a cirugía adicional. Su conciencia puede o no puede permitir que lo haga.” Tomemos en cuenta que en esas fechas la vasectomía se consideraba irreversible. Sin embargo, al pasar los años y los científicos lograron que la vasectomía fuera, en muchos casos, reversible. La Atalaya del 1 de mayo de 1985 declarara que este es un asunto de conciencia, en el cual nadie debe intentar influir.
Esa revista decía: “Puesto que las Escrituras Griegas Cristianas no dan guía directa sobre estos asuntos, los cristianos tienen que tomar su propia decisión en lo que toca a limitar el tamaño de su familia y respecto al control de la natalidad” y luego dijo: “Si la pareja está pensando en la esterilización como método para el control de la natalidad, aún así debe considerar si sus acciones pudieran afectar de alguna manera a otras personas. Aunque por lo general las parejas casadas no hacen pública su decisión sobre el control de la natalidad, si se supiera por todas partes que cierta pareja había recurrido a la esterilización voluntaria, ¿perturbaría esto muchísimo a la congregación y le perdería ésta el respeto? (1 Timoteo 3:2, 12, 13.) Éstos son factores que hay que considerar con mucha seriedad, incluso en este asunto privado y personal. Después de haberlo considerado todo, la siguiente declaración de Pablo es apropiada: “Para su propio amo [Jehová] está en pie o cae” (cursivas nuestras).
Así que, aunque es un asunto de conciencia, debe considerarse las conciencias de los demás. Quizás a la vista de la congregación y la comunidad está mal que un hermano con privilegios de servicio se someta a la vasectomía, así que si lo hiciera quizás las personas le perderían el respeto, lo que haría que no llenara el requisito de ser irreprochable y de ser considerado de juicio sano, así que no calificaría como superintendente de la congregación. Pero, ¿qué sucedería si en su comunidad o su congregación no se vea mal el someterse a un procedimiento de esterilización? ¿O si nadie se entera de que usted se hizo la vasectomía? En ese caso no aplicaría el principio expuesto arriba. En todo caso, en vista de que esto no se ha aclarado en ninguna publicación provista por el “Esclavo Fiel y discreto”, ¿por qué no consulta con un anciano de confianza de su congregación, o con el superintendente de circuito? Es seguro que ellos podrán brindarle información valiosa e importante.
Aunque la reproducción es un maravilloso don que Jehová nos ha dado, la decisión de tener o no tener hijos, y el método que se elija para esto (obviamente, que no sea abortivo) es decisión de cada pareja y no nos compete entrometernos en ese asunto. Sea como sea, demostremos con nuestras palabras y obras que respetamos y agradecemos el don de la reproducción, don que nos dio Jehová, aquel de quien viene “Toda dádiva buena y todo don perfecto” (Santiago 1:17).