miércoles, 18 de mayo de 2011

ENTENDIENDO A LA ORGANIZACIÓN DE JEHOVÁ, PARTE 2 — EL CUERPO GOBERNANTE

Pronto alcanzaremos la cifra de 8 millones de publicadores en todo el mundo. De forma casi milagrosa, estos 8 millones de personas armonizan su forma de vivir, pensar y enseñar según las normas bíblicas y se mantienen unidos en amor a pesar de las grandes diferencias raciales, étnicas, lingüísticas y económicas. ¿Cómo se logra esto? El apóstol Pablo instó a los corintios del siglo primero: “Ahora los exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos hablen de acuerdo, y que no haya divisiones entre ustedes, sino que estén aptamente unidos en la misma mente y en la misma forma de pensar.” (1 Cor. 1:10) ¿Cómo se lograría que persones de diferentes personalidades pensara de la misma forma? Obviamente, todos tenían que ser enseñados por la misma fuente: El Cuerpo Gobernante, quien fue nombrado por Jesucristo y era guiado por el espíritu santo. ¿Qué era el Cuerpo Gobernante? ¿Quiénes lo formaban? ¿Qué hacían? Y ¿Cómo cumple su función ese Cuerpo hoy día?

Tras morir Jesucristo y ascender al cielo derramó espíritu santo sobre 120 discípulos reunidos en Jerusalén. Estos empezaron a hablar en lenguas y así empezó la mayor campaña de predicación que el mundo ha conocido. Pero Jesús había dicho que sus discípulos sería perseguidos, y pronto esto se convirtió en realidad. El libro de los Hechos capítulo 8 versículo 1 relata: “En aquel día se levantó gran persecución contra la congregación que estaba en Jerusalén; todos salvo los apóstoles fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria.” ¿Por qué permanecieron en Jerusalén los apóstoles? El relato no lo dice claramente, pero los capítulos posteriores nos ayudan a entenderlo.

Recordemos que, siendo los apóstoles los amigos más cercanos de Jesús, fueron estos los que lo escucharon más de cerca y por más tiempo. Ellos presenciaron sucesos con Jesucristo que nadie más vivió, así que eran los más capacitados para dirigir la congregación cristiana y guiarla en términos doctrinales y morales.

En el año 49 E.C. resurgió el tema de la circuncisión y si esta era o no necesaria para llegar a ser un cristiano acepto a Dios y obtener su espíritu Santo. Ya en el año 36 Jehová había derramado espíritu Santo sobre Cornelio, un incircunciso, pero aún así, la controversia continuaba. La forma en que se trató este asunto nos deja una gran lección sobre cómo estaba organizada la congregación cristiana primitiva. El relato señala: “cuando hubo ocurrido no poca disensión y disputa de Pablo y Bernabé con ellos [los partidarios de la circuncisión], hicieron los arreglos para que Pablo y Bernabé y algunos otros de ellos subieran a donde los apóstoles y ancianos en Jerusalén respecto a esta disputa.” (Hechos 15:2) Esto explica muy bien porqué los apóstoles no se esparcieron con los otros hermanos: Permanecieron unidos, como un cuerpo, en Jerusalén. El hecho de que el asunto fuera llevado a ellos y que se hicieran arreglos para que Pablo y Bernabé fueran a ellos para tratar el tema indica que en las congregaciones se les veía como autoridad doctrinal.

Este cuerpo de ancianos, al que llamamos “Cuerpo Gobernante” trató el tema dejándose guiar por el espíritu santo y examinando cuidadosamente las escrituras. Al concluir las deliberaciones todos estuvieron de acuerdo en algo: la circuncisión no es necesaria. Mediante cartas les informaron a las congregaciones cuál había sido su decisión. ¿Qué revela esa carta? La carta decía en parte:

“Dado que hemos oído que algunos de entre nosotros los han perturbado con discursos, tratando de subvertir sus almas, (1)
aunque nosotros no les dimos instrucción alguna, (2) hemos llegado a un acuerdo unánime y nos ha parecido bien escoger a unos varones para enviarlos a ustedes junto con nuestros amados, Bernabé y Pablo […](3) Porque al espíritu santo y a nosotros mismos (4) nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias: que sigan absteniéndose de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de cosas estranguladas, y de fornicación.” (Hech. 15:24, 25, 28, 29)

Nótese cuidadosamente las partes resaltadas en negrita y cursiva. Esto revela 1) que el Cuerpo Gobernante tenía autoridad para nombrar maestros de la palabra de Dios. 2) Que deliberaron y se reunieron como Cuerpo para tomar una decisión 3) bajo la guía del espíritu santo y 4) que tenían la autoridad para decidir sobre asuntos doctrinales y morales que afectarían a los hermanos de cualquier congregación.

Siglos después de este suceso, a finales del siglo XIX se empezó a recolectar a la clase del “Esclavo Fiel y Discreto” predicho por Jesús. Estos dispensarían el alimento espiritual a los discípulos de Cristo (Mat. 24:45). ¿Quién ocuparía el puesto de “Cuerpo Gobernante”? Al principio el trabajo de dirigir la predicación y el de dispensar alimento al tiempo apropiado fue llevada por la Watch Tower Bible & Tract Society, dirigida por Charles Taze Russell. En ese entonces el papel del Cuerpo Gobernante sólo se veía de forma nebulosa. Sin embargo, al adentrarnos en el “día del Señor” —que amaneció en 1914— se fue entendiendo más claramente la Biblia, la necesidad de predicar, y por lo tanto, la necesidad de imitar la organización cristiana del siglo I. Aunque pasarían años antes de que el Cuerpo Gobernante tuviera la forma, y jugara el papal que juega actualmente, hoy, al igual que en el Siglo I, el Cuerpo Gobernante sigo dirigiendo la obra de predicar y lleva la pesada responsabilidad de enseñar a los hermanos de todo el mundo.

Hoy hay más de 11.000 personas alrededor del mundo que afirma ser del “resto” ungido. De estos 11.000 cristianos dedicados y ungidos siete son miembros del Cuerpo Gobernante, y este Cuerpo actúa en representación de la clase del “Esclavo Fiel y Discreto”. Los siete miembros del Cuerpo Gobernante son: Samuel Herd, Geoffrey Jackson, Stephen Lett, Gerrit Lösch, Anthony Morris III, Guy Pierce y David Splane. Este grupo de hermanos se reúne todos los miércoles (y en ocasiones de urgencia en otros días de la semana) para analizar asuntos de importancia para la entera hermandad mundial. Este Cuerpo no sólo dirige la obra de predicar, sino la inmensa tarea de proveer alimento espiritual a través de publicaciones, asambleas y las reuniones de congregación. Ayudados por comités, estos hermanos dirigen a los más de 7 millones de hermanos de todo el mundo. Ya que ha quedado claro quién es el Cuerpo Gobernante y qué hace, surgen otras preguntas como: ¿Qué es la “Sociedad”? ¿Qué papel cumple? ¿Qué relación tiene con el Cuerpo Gobernante? ¿Quién es el Presidente de la Sociedad? ¿Tiene este hombre más autoridad? Las respuestas a estas preguntas se responderán la siguiente semana. El tema será: “Entendiendo a la Organización de Jehová, Parte 3 — La Sociedad”

martes, 10 de mayo de 2011

ENTENDIENDO A LA ORGANIZACIÓN DE JEHOVÁ, PARTE 1 — COMITÉS JUDICIALES

“Con justicia debes juzgar a tu asociado.”
(Levítico 19:15)

Comité Judicial… su sola mención puede traer a la mente una extraña imagen de juicio, vergüenza y castigo. El hecho de tener una reunión a puerta cerrada con tres o cinco ancianos para tratar un pecado personal no parece ser una idea atractiva. Algunas personas se resisten a pensar en que estas reuniones sean realmente útiles. Otros, pensando lo de la misma forma, alegan que no hay base bíblica para la formación de tales comités. Note con cuidado el título de este tema: “Entendiendo a la organización de Jehová”. Ese es el objetivo de esta, y otras publicaciones que habrá las semanas que vienen, el de entender la organización de los testigos de Jehová a la luz de la Biblia. Esto implica examinar cuidadosamente si hay o no base bíblica para ciertas acciones, o para la existencia de ciertos cuerpos o comités. La primera parte se centrará en esto, en los comités judiciales. ¿Hay base bíblica para que existan?

Como siempre, antes de analizar el asunto en el contexto cristiano, lo analizaremos a la luz de las Escrituras Hebreas. Recordemos que en el antiguo Israel los “ancianos” del pueblo formaban un cuerpo de superintendentes, y que algunos de ellos actuaban como jueces y oficiales que administraban justicia al pueblo (Deu. 16:18-20; 19:12). Estos ancianos y jueces se encargaban de pecados serios como el asesinato, y aún de pecados en los que no se sabía quién era el culpable (Deu. 21.2-7). Lo interesante de todo esto, es que en esa época Jehová solía comunicarse directamente con Moisés. Aún así, Jehová se valió de humanos imperfectos para tratar estos asuntos en la nación de Israel para mantenerla pura.

Al morir Jesucristo el pacto de la ley fue abolido, como muy bien sabemos. Sin embargo, en las congregaciones siguieron supervisando los “hombres de mayor edad” o “ancianos”. Esta referencia no se aplicaba solamente a las personas que literalmente eran mayores que otras, sino que se refería al grado de madurez espiritual. La pregunta apropiada sería, ¿tendrían estos hombres derecho de juzgar asuntos de la congregación, lo que implica pecados personales? La respuesta la obtenemos de las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los corintios.

Primero veamos si ellos tenían potestad para corregir problemas entre los miembros de la congregación. Con referencia a asuntos personales, es evidente que a los corintios no les importaba llevar a los tribunales a sus hermanos. Por esa razón el apóstol escribió: “¿Se atreve cualquiera de ustedes que tenga un pleito contra el otro a ir al tribunal ante hombres injustos, y no ante los santos?” (1 Corintios 6:1). Pero, ¿para qué se llevaría el asunto a “los santos”? Los siguientes dos versículos dicen: “¿O no saben ustedes que los santos juzgarán al mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por ustedes, ¿son ustedes incapaces de juzgar asuntos de ínfima importancia? ¿No saben que juzgaremos a ángeles? Entonces, ¿por qué no los asuntos de esta vida?” De esto respondemos a la pregunta, ¿tenían los ancianos potestad de juzgar asuntos de la congregación? La respuesta es un rotundo sí. La pregunta que más nos concierne ahora es, ¿tenían los ancianos de la congregación potestad para juzgar pecados ajenos?

El capítulo 5 nos da una respuesta muy clara. Todos conocemos muy bien el relato del hombre que vivía con la esposa de su padre. Pero fijémonos en la expresión que usó continuamente el apóstol Pablo al hablar de este caso: “Yo, por mi parte, aunque ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ciertamente he juzgado ya, como si estuviera presente, al hombre que ha obrado de dicha manera” (1 Corintios 5:3). Tras decir que debía entregar al malhechor a Satanás el apóstol habló de que es imposible cortar todo trato con los “fornicadores de este mundo”, pues tendríamos que salirnos del mundo para hacerlo, y eso es imposible. Así que debían cesar de mezclarse en la compañía de cualquier pecador impenitente que se hiciera llamar hermano. Hablando sobre esto el apóstol dice: “¿qué tengo yo que ver con juzgar a los de afuera? ¿No juzgan ustedes a los de adentro, mientras Dios juzga a los de afuera? ‘Remuevan al [hombre] inicuo de entre ustedes’” (v. 12, 13). Note cómo el apóstol vuelve a usar la expresión “juzgar” con relación al hombre pecador, pero ahora señala que la congregación juzgaba a los de adentro. Esto responde a la pregunta ¿tiene la congregación, en especial los ancianos, la potestad de juzgar pecados ajenos? La evidencia bíblica dice que sí. Y este es un arreglo existente desde el siglo I.

En el antiguo Israel los juicios eran públicos. ¿Debían hacerse juicios públicos bajo el arreglo cristiano? La Biblia no responde a esta pregunta. Hemos de tomar en cuenta que en el antiguo Israel los pecados crasos como el adulterio, la homosexualidad, bestialismo y apostasía se pagaba con la pena capital, y todo el pueblo participaba en matar al pecador. Bajo el arreglo cristiano esto cambió drásticamente. Si hay arrepentimiento, con la sangre de Cristo se limpia de cualquier pecado cometido (1 Cor. 6:9-11). Habiendo cambiado esto, pregúntese: “Si la idea de ser juzgado por los ancianos de la congregación no es muy atractiva, ¿lo sería más si los juicios fueran delante de toda la congregación, estando presentes familiares, amigos, conocidos y nuevos?” ¿Realmente sería amoroso si los pecados se expusieran públicamente?

Habiéndose analizado eso, ¿es cierto que no hay base bíblica para la existencia de comités judiciales? Los tiempos cambian, y también las necesidades del pueblo de Dios y el sistema que se usa para corregir defectos. No sabemos con exactitud cómo juzgaban los pecados crasos los ancianos del siglo primero, pero de algo estamos seguros: Jehová les designó la responsabilidad de juzgar en representación suya. Por eso, al igual que los jueces del antiguo Israel, los ancianos de hoy deben juzgar con justicia a sus hermanos (Lev. 19:15) sabiendo que si no lo hacen tendrán que pagar delante de Jehová Dios.

¿Verdad que es un privilegio estar en una organización que basa cada acción en el conocimiento bíblico disponible? Mantengámonos leales a esta organización y disfrutaremos siempre de la bendición de Jehová.

martes, 3 de mayo de 2011

¿Intenta usted bajar a Cristo del cielo?

“No digas en tu corazón: ‘¿Quién ascenderá al cielo?’, esto es, para hacer bajar a Cristo”.
(Romanos 10:6)

¿Cómo sería posible querer bajar a Cristo del cielo? Muchas dudas han surgido de las palabras dadas a los Romanos en el capítulo 10 de la carta escrita por el apóstol Pablo. Apropiadamente, el apóstol Pedro reconoció que en las cartas del apóstol Pablo “hay algunas cosas difíciles de entender” (2 Pedro 3.16), y es probable que las palabras de Romanos 10:6, 7 resulten un poco complicadas. Pero veamos, a la luz del contexto, qué quiso decir el apóstol y cómo nos afecta hoy día.

En el contexto encontramos al apóstol hablando sobre la ley mosaica y el nuevo arreglo Cristiano. Por eso, no extraña que a menudo cite directamente de las palabras de la ley. En realidad, las palabras de Romanos 10:6, 7 son una variante de las que encontramos en Deuteronomio 30:11-14. Allí dice en parte: “Porque este mandamiento que te estoy mandando hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en los cielos, para que se diga: ‘¿Quién ascenderá por nosotros a los cielos y nos lo conseguirá, para que nos deje oírlo para que lo pongamos por obra? […]Porque la palabra está muy cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón, para que la pongas por obra”.

En otras palabras, no había excusa para que un israelita no cumpliera los mandamientos de la ley, porque las leyes estaban claras y cerca de ellos. En el caso de los padres israelitas, debían obedecer el mandamiento de enseñar la ley a sus hijos, pero antes debían grabarla ellos mismos en su corazón, y luego inculcarlas en sus niños (Deuteronomio 6:6, 7). De esa forma, la ley estaba cerca de ellos, en su propia boca y en su propio corazón.

Usando palabras similares, el apóstol Pablo dice: “No digas en tu corazón: ‘¿Quién ascenderá al cielo?’, esto es, para hacer bajar a Cristo; o: ‘¿Quién descenderá al abismo?’, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos”. Pero ¿qué dice? “La palabra está cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón” (Romanos 10:6-8). En otras palabras, así como los israelitas no tenían excusa para no conocer la ley, los cristianos tampoco tenían excusa para no conocer los mandamientos de Cristo y la fe en él. Ya que Cristo había bajado del cielo una vez, había muerto y resucitado, toda su labor debió quedarse plasmada en los corazones de los cristianos, de modo que ya no es necesario que Cristo vuelva a venir para enseñar la verdad. Como los cristianos de hoy, los cristianos primitivos tenían la responsabilidad de predicar estas buenas nuevas. Por eso, el apóstol Pablo les dice: “’La palabra está cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón’; es decir, la ‘palabra’ de fe, que predicamos” (Romanos 10:8). De modo que, tal como los padres israelitas tenían la ley en su corazón y en su boca al enseñársela a sus hijos, los cristianos debían tener en su corazón y en su boca la “palabra de fe” que predicaban.

Hoy, como en aquellos días, nosotros predicamos estas buenas nuevas sobre el Reino del Cristo, y proclamamos las bendiciones que nos traerá el futuro gracias al sacrificio de Jesús. Pero, ¿tenemos en nuestro corazón esas palabras de fe? Deberíamos. Sólo si tenemos esas palabras en nuestro corazón, nuestra predicación será eficaz. Así que, como la fe sigue a lo oído, tratemos de profundizar nuestro conocimiento de la palabra de Dios y las enseñanzas de Cristo. Así nunca caeremos en el error de creer que esas “palabras de fe” están lejos de nosotros, pues las predicamos de continuo cuando llevamos a las personas el mensaje de Jehová que les hará obtener la salvación (Romanos 10:13).